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Ágora de Amenábar 2

Ágora de Amenábar 2

 © Copyright Fernando Conde Torrens, el Lunes 2-11-2.009

 

 

 

                Después de escribir mi crítica sobre «Ágora» me di una vuelta por la red para ver qué se opinaba y leí algo en un sitio que me indujo a escribir este artículo sobre lo que es la fama. A más a más, que dicen otros, un lector me pasó un enlace, la crítica que un conocido periódico de ámbito nacional hizo de la película. Sumaba temas sobre el mismo asunto, así que tal vez sean dos segundas partes de mi «Ágora, de Amenábar«.

        En el sitio citado se argumentaba que hoy en día no se puede ser serio y negar la historicidad de Jesucristo. Según el autor, era tan seguro que existió Jesucristo como que existió Julio César. Esta afirmación, que era categórica, me llegó al alma. Y centró la idea del presente artículo.

        No hay duda de que Julio César no pasó desapercibido en su tiempo. Hablando de manera informal digamos que se creó fama, y fama extendida. Fue un personaje famoso, que pasó a la Historia, con mayúsculas. Seguimos hablando de él cuando han pasado dos mil años desde su muerte, decenio arriba o abajo.

        Lo mismo podríamos decir de Sócrates. No condujo ejércitos, como César, no ganó batallas, quizás la más importante, la última, la perdió y tuvo que beber la cicuta en la cárcel. Pero dejó discípulos y seguimos hablando de él pasados 2.400 años tras su muerte. Pasó a la Historia.

        Jesucristo fue otro personaje del que hablamos en este siglo XXI. Pasó a la Historia. Y en su tiempo, si hemos de creer lo que de él se escribió, fue famoso. Un rey de Edesa le escribió una carta pidiéndole que fuera a curarlo.

        A una escala algo menor, Hipatia de Alejandría también fue famosa. Como Sócrate y como Jesucrito, enseñó, tuvo discípulos. Y como César, como Sócrates y como Jesucristo murió violentamente, por iniciativa de sus detractores.

        El lector verá que, para seguir el argumento, aparento aceptar la historicidad de todos los personajes nombrados, para no establecer distingos apriorísticos y que me acusen de prejuicios.

        Así pues, los cuatro personajes citados destacaron en su entorno. Dieron un mensaje singular, realizaron actos no comunes, llamaron la atención de sus vecinos. No todos los vecinos aceptaron las tesis del personaje, tuvieron personas favorables y gentes en contra. Y, finalmente, los adversarios consiguieron quitar la vida a los cuatro personajes singulares. Pero antes de que esto ocurriera, la fama creada hizo que numerosas personas fueran a escuchar al personaje famoso, se acercaran a él para pedirle algo que él poseía. César, tenía poder y eso querían los que se le acercaban. Los otros tenían doctrina. Ambos activos eran deseados por personas y había no pocos que iban de lejos a verles, a hablar con ellos, a aprender de su enseñanza.

        A esto me refiero con la fama. Si personas desde lejos van a aprender con Sócrates, con Jesucristo o con Hipatia, es porque se ha corrido la información de que tienen algo valioso. Lo que reciben no les desilusiona, sino todo lo contrario. Y a la vuelta, dejan escrito que merece la pena ir a aprender con el Maestro. Algunos de esos escritos llegan hasta nosotros. Y son contemporáneos del Maestro y del discípulo. No todos los discípulos son singulares, pero algunos lo son y podemos seguir su traza, conocemos quiénes son y qué cargo tuvieron.

        De Julio César las referencias son numerosas. Lo asesinó Bruto y le sucedieron Marco Antonio y Octavio, luego Augusto.

        De Sócrates dejó huella innumerable Platón, su discípulo, y lo fueron también Antístenes de Megara, que fundo allí una Escuela, y otros. Le dedicó un libro Jenofonte y lo satirizó Aristófanes. Lo acusaron y lograron su condena Anitos y Melito, ciudadanos atenienses, en un juicio público, del que quedó la Apología que el reo dijo en su favor.

        De Hipatia no nos han quedado sus obras, pero uno de sus discípulos, Sinesio, luego obispo de Cirene, se escribió con ella y ha dejado escrito detalles sobre la vida de su Maestra.

        La clave es que todos los que dejaron huella escrita del personaje admirado eran contemporáneos del personaje. Porque la fama de que gozaron les hizo tratarse con contemporáneos y éstos dejaron huella de la relación habida con el personaje famoso. No cabe, mantengo, fama sin eco. Y eco contemporáneo, eco con nombre y apellidos, con circunstancias existenciales, de Fulano de Tal , de Orestes, que fue Prefecto de Alejandría, de Sinesio, obispo de Cirene, etc.

        El único del que, pasados dos mil años, no sabemos quiénes eran los que relataron su vida, ni sabemos cuándo lo hicieron, ni dónde, ni si eran personas físicas o escuelas ideológicas anónimas … ya sabe el lector de quién se trata, de Jesucristo. No casualmente, es el único que hizo milagros, resucitó muertos y resucitó él mismo. Para aumentar nuestro desconcierto o para aclaración esdrújula.

        Por eso sigo manteniendo que si hay fama ha de haber contemporáneos sensatos que hablen del famoso y esa huella llegue a nosotros con una serie de detalles que respiren credibilidad. O eso o … todo es ficción con algún fin …

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Ágora de Amenábar 2

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……….  Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En https://www.sofiaoriginals.com/ expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.

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