Egipto Antiguo 198 César legislador con ayudas, la sque le proporcionaron su tercio del rico botín de las Galias.
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© Copyright Fernando Conde Torrens, el miércoles 16-4-2.014
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En el anterior artículo hemos visto a Julio César recordar las malas consecuencias que tal vez tuvo su aventura con la mujer de Pompeyo, Mucia.
César, como haría siglos más tarde otro personaje que también entró en la Historia por la puerta grande (*), rememoró las medidas que había tomado en favor de Roma y pensó:
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«Si las futuras generaciones no me recuerdan por mis batallas, cuyos ecos se habrán perdido y cuyos frutos se habrán gastado,
al menos me recordarán por las leyes y costumbres que instauré en favor de Roma, porque seguirán viviendo a su amparo.«
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El impresionante vestíbulo hipostilo de Karnak. Año 1.300 AEC.
(Fuente: Los 70 grandes inventos del mundo antiguo. Brian M. Fagan. Blume Editorial. 2.005)
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Si sólo se hubiera tratado de poner orden allá donde el Senado no había sido capaz de ponerlo en su momento, el problema no sería tan complejo. Pero el pasado reciente había hecho de Roma un burdel mal llevado, como le gustaba definir la situación ante personas muy adictas. Toda acción en un sentido tenía la virtud de provocar una reacción en el opuesto. Esto siempre había sido así en Roma. Y en otras civilizaciones, como la helena, que había estudiado bien.
La avaricia de las clases privilegiadas había tenido como respuesta una obsesión de las clases populares por gozar de más libertades que las que tuvieron sus padres. Si unos y otros hubieran recurrido a las vías legales para calmar sus deseos, aún hubiera sido más fácil hallar la mejor solución para la República. Pero tanto unos como otros no reparaban en medios para lograr sus fines. Y ello había terminado por sumir a Roma en una mar de enfrentamientos callejeros, violencias, asesinatos y venganzas que no presagiaban nada bueno. Había que modificar la marcha de aquella sociedad habituada al juego sucio, y ésa era una tarea ingente para un solo hombre.
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Partenón de Atenas y Teatro romano, abajo
(Fuente: Los 70 grandes inventos del mundo antiguo. Brian M. Fagan. Blume Editorial. 2.005)
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César pensaba que si él lograba equilibrar la balanza en favor de los más desfavorecidos, haciéndose uno de ellos, las clases populares podrían dejar de buscar por la fuerza una libertades que la República ya les brindaba. Otra cosa era que la Republica debía transformarse en el Imperio que de hecho ya era. Pero eso a las clases populares les daba igual. Ésa era una batalla a librar exclusivamente en el Senado. Y César debía librarla, y estaba librando ambas desde hacía tiempo.
Con el botín de las Galias, de las que rebañaron todo el oro que pudieron, César compensó a sus soldados con 20.000 sestercios per cápita, a cada legionario. Eso los ganaba para su causa; le seguirían donde quiera que fuera. Nunca nadie había pagado una soldada semejante a sus hombres. Porque lo primero de todo necesitaba basar su poder en unas Legiones totalmente adictas a su persona.
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Moneda acuñada por César en las Galias, con su ceca volante
(Fuente: Medailles imperiales. Henry Cohen. Catálogo digital)
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Un inciso para dar una explicación el elefante de la moneda de César en las Galias. Cuentan los historiadores que el primer Cónsul romano que llegó a la recién conquistada región Sur–Este de la Galia, se paseó por la misma montado en un elefante, para impresionar a los aborígenes. Y lo logró. Nunca los naturales de aquella generación habían visto un bicho de tales proporciones, pues sus antepasados de tiempos de Aníbal habían pasado tiempo ha a mejor vida. La región Sur–Este de la Galia se adhirió pacíficamente a Roma. Y eso era, posiblemente, lo que César trataba de inducir a los revoltosos galos. Pero los galos de su tiempo no tenían sentido de la Historia y no entendieron el mensaje subliminal de César; que, el hombre, leía.
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Diván y taburete romano en Boscoreale (Italia) con patas de marfil dorado
(Fuente: Los 70 grandes inventos del mundo antiguo. Brian M. Fagan. Blume Editorial. 2.005)
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César trajo el resto del botín a Roma, tras segregar una parte – pequeña, pero suficiente – para sus propias necesidades, presentes y futuras. Nunca más estaría escaso de dinero. Los tiempos de escasez y agobios habían quedado atrás definitivamente. Con ese dinero, que comenzó a convertir en monedas de oro, compró a los magistrados que necesitaba para sacar las leyes que veía necesarias. Pagó al Tribuno de la plebe Curión veinte millones de sestercios. Con eso lo tuvo dispuesto a aceptar todas sus iniciativas. Otros treinta millones de sestercios fueron el precio que puso el Cónsul Paulo para secundar sus planes. Con ambos apoyos en la Ciudad, César pudo dictar las leyes que tanto precisaba Roma.
Una vez comprados los contactos necesarios, César aún contaba con alrededor de 750 millones de sestercios para obras y otras dedicaciones. Las Galias conquistadas fueron obligadas a pagar unos impuestos de 40 millones de sestercios, lo que, junto con los impuestos generados por Pompeyo en Oriente sanearon definitivamente las arcas de Roma. Una cantidad semejante de dinero requería unos administradores fieles. César designó a varios de sus esclavos para llevar el control de la ceca de acuñación en el Templo de Juno Moneta. No obstante, César había creado una ceca de acuñación volante, que le acompañaba en sus campañas, y con la que convertía en monedas el botín que iba obteniendo.
* Napoleón Bonaparte.
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Enlace con el próximo día: Egipto antiguo 199. Julio César y el calendario solar egipcio.
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Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En https://sofiaoriginals.com expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.
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