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Egipto Antiguo 88 La llegada a Alejandría

Egipto Antiguo 88 La llegada a Alejandría

© Copyright  Fernando Conde Torrens, el miércoles 5-6-2.013

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        En el artículo anterior hemos visto cómo Cleopatra le gana a Julio César una primera batalla epistolar. Juega  a su favor que César quiere tener las manos libres en Egipto para poderse dedicar a liquidar la resistencia en las provincias que aún son fieles a su antiguo enemigo, Pompeyo.

        César se entrevistó con el Faraón, acompañado de su inseparable Potino. El Faraón no hablaba latín. Julio César no hablaba griego lo suficientemente fluido como para sostener en él una conversación importante. Requirió la intervención de un traductor de entre sus propios hombres. Había varios. Por medio de él explicó al Faraón que venía con el compromiso de llegar a un acuerdo entre los dos hijos de Ptolomeo XII para compartir el gobierno de Egipto.

        El Faraón escuchaba y era Potino quien objetaba que el pueblo egipcio había decidido expulsar a la que había sido su Reina por su mal gobierno y decisiones perjudiciales para el reino. No obstante, César insistió en que era absolutamente necesario llegar a algún tipo de compromiso y que esperaba que el Faraón le propusiera algún acuerdo que fuera aceptable para la otra parte. Potino respondió que estudiarían el asunto y en breves días le presentarían al menos un par de posibles vías de solución. Salió detrás del Farón, tan altivo como él.

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 El Nilo poco antes del delta

Egipto Antiguo 88 La llegada a Alejandría

(Fuente: Gran Historia Universal. Volumen 3. Egipto y los Grandes Imperios. Carlos Moretón. S.A. de Promociones y Ediciones. 2.006)

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        César comprobó personalmente que las informaciones del Senado de Roma eran correctas y que era Potino, y no el Farón, quien tomaba las decisiones en el país. Desde ese momento, la suerte de Potino estaba echada. César lo vio como un obstáculo para los planes de pacificación que se le habían fijado. Tenía que deshacerse de él sin granjearse la enemistad del Faraón 

        Mientras tanto, Cleopatra partía de Ascalón en dos naves de carga, que llevaban cada una 20 mercenarios de su guardia personal, fuertemente armados, cuatro de sus sirvientas y sendos cargamentos de alfombras de procedencias diversas. Bordearon el litoral a remo, viajando de noche. Llevaban suministros para no tener que aprovisionarse hasta avistar Alejandría. Cleopatra llevaba sus pertenencias, incluidos sus cofres con parte del tesoro sacado de los subterráneos de su Palacio. Había liquidado su deuda con los «señores de la guerra» que le habían suministrado sus guerreros y éstos retornaron a sus lugares de origen, a la espera que ser contratadas de nuevo, si era necesario.

        Pero Cleopatra se disponía a dar la batalla en otro terreno, mucho menos árido y más grato. Y para ganarla confiaba en sus dotes de persuasión, en sus encantos personales y en lo que conocía de Julio César, el dictador romano. Sabía que rondaba los 50 años, una edad en la que los hombres tendían a resolver los problemas confiando no tanto en la fuerza como en el consenso, en la negociación. Su objetivo era convencerle de que, si se constituían en aliados, él ganaría Egipto sin perder uno solo de sus hombres. Todos los que sobraban eran egipcios y de baja extracción. Y no eran tantos.

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Fresco de una villa pompeyana del final de la República

Egipto Antiguo 88 La llegada a Alejandría

(Fuente: ROMA. Legado de un Imperio. Tim Cornell y John Matthews. Ediciones Folio, 1.993)

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        Tras día y medio de navegación costera, divisaron a poniente el Faro de Alejandría. A Cleopatra se le humedecieron los ojos, pero se cubrió con una capucha de seda azulada y nadie lo percibió. «Los dioses no se emocionan» se dijo, recordando las instrucciones de su difunto padre. El sol se ponía ya en el horizonte. El cielo parecía teñido de oro y sangre.

        Normalmente, poco antes de esa hora se echaban las dos cadenas que cerraban el Puerto de Alejandría. Pero César había ordenado que el Puerto permaneciera permanentemente abierto a las naves romanas y las cadenas no se echaron. No obstante y en prevención, varias naves romanas cerraban prácticamente el Puerto Mayor, no permitiendo la entrada al mismo sino a barcos comerciales, no a barcos de guerra.

        Las dos naves supuestamente comerciales en que viajaban Cleopatra y su guardia, fueron interceptadas tan pronto rebasaron la zona entre los dos torres que daba fin a los muelles exteriores. Presbus pidió ser conducido ante el comandante de la guardia del puerto. Hablaba en nombre de la Reina Cleopatra, a la que César había invitado a venir a reunirse con él. Nada dijo de que Cleopatra viajara a bordo. Recibió el salvoconduto acordado. Siguiendo un plan establecido de antemano, y tras hablar personalmente con el comandante de turno y comprobar que era uno de los citados por el jefe supremo romano en su mensaje, le informó de que debían ir a recoger a la Reina Cleopatra a su nave y conducirla ante César.

        Así se hizo. Un centurión, al mando de media centuria, junto con el comandante y su ayudante, se acercaron en botes a la nave en que viajaba Cleopatra. Ésta les esperaba, dispuesta a ser conducida a presencia de Julio César. Sus sirvientas la había preparado para ello. Desembarcaron en varios botes ella, sus sirvientas, que le acompañarían, Presbus y media docena de soldados de su guardia personal. Cuarenta legionarios romanos les daban escolta. Las cinco mujeres y los casi cincuenta hombres se adentraron en el Barrio Regio, hacia el Palacio donde se habían dispuesto sus apartamentos. Allí había dispuesto César que recibiría a Cleopatra. Desde que esperaba su llegada había dejado de pasar la noche en el campamento romano, como antes hiciera. Ni la tienda del comandante supremo en el campamento le parecía lugar adecuado para tratar con un monarca extranjero, aunque estuviera en el exilio. Y menos, siendo mujer.

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Bailarina en actuación. Procedente de Deir al-Madina. Museo Egipcio de Turín

(Fuente: Gran Historia Universal. Volumen 3. Egipto y los Grandes Imperios. Carlos Moretón. S.A. de Promociones y Ediciones. 2.006)

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        Los historiadores se hicieron eco del cargamento de alfombras que Cleopatra llevaba en sus barcos por si alguna nave egipcia les registraba. Pero no tuvieron más protagonismo las famosas alfombras. Suponer que con una de ellas envolvieron a Cleopatra para eludir el control egipcio es desconocer la autoridad de César en la zona ocupada por sus tropas, zona que incluía el Puerto Mayor. Y es desconocer la dignidad de una Reina de Egipto, que no podía consentir una humillación semejante. Y menos, rodar por el suelo en presencia del jefe supremo romano, como se ha visto en alguna película.

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Enlace con el próximo día: Egipto antiguo 89. El preambulo.

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………. Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En https://sofiaoriginals.com/ expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.

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