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La guerra Mundo helenístico 59

«La guerra Mundo helenístico 59» nos muestra algunas características relacionadas con la guerra en la Antigüedad.

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© Copyrigth Fernando Conde Torrens, el lunes 9-1-2.012

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        * La Corte... La guerra Mundo helenístico 59

        Los reyes tenían de forma habitual una Corte, y, desde Alejandro, una guardia personal –  aprendido tal vez de la forma en que murió su padre, apuñalado en un pasillo, desprotegido – formada por jóvenes de buena cuna y oficiales de confianza del ejército. Esta guardia personal, los parientes y amigos formaban la Corte. La misma se escalonaba en distintos niveles de categoría, estando la familia, los parientes, en el nivel más alto. La máxima señal de poderío consistía en la diadema, una banda de color blanco sobre la frente. Otra distinción real era el vestir de color púrpura. Los reyes en ocasiones, permitían que alguien de su corte se vistiera así, como ellos, en prueba de confianza o distinción.

        La proliferación de pequeños reinos en Asia Menor, hizo que abundara la correspondencia entre reyes. Parte de ella ha llegado a nosotros y se hizo típico el inicio de este tenor: «Espero que al recibo de ésta te encuentres bien, como yo lo estoy.» Hasta hace unas pocas decenas de años, este encabezamiento de una carta era común en la correspondencia de muchas personas «chapadas a la antigua».

 

        * La flota, o la guerra por mar... La guerra Mundo helenístico 59

        Eran del rey el ejército y la flota. En la flota, y en la época helenística, se dio una carrera por construir barcos más y más grandes. De las trirremes, cuatrirremes y pentarremes, se pasó a las exarremes, heptarremes y octorremes. Las naves de grandes tamaños fueron empleadas como buque insignia del monarca de turno. En general, los egipcios mantuvieron los mayores tamaños. No ha estado clara la disposición que tales nombres implicaban respecto a la posición de los hombres en los remos, y aun hoy en día prosigue la discusión. Parece que la solución implica no cuántos hombres maniobraban cada remo, sino cuántos hombres había en la misma línea – o área vertical – de la que salían los remos. Los niveles a que estos hombres se situaban dentro del barco es lo que está aún en discusión.

        Hubo dos tendencias en la construcción de naves de guerra. La que se impuso, finalmente, fue construir barcos guerreros caracterizados por su ligereza y maniobrabilidad. El barco estrella de esta tendencia era la trirreme. Estaba fue la tendencia seguida por Grecia y Fenicia, regiones fuertemente marineras ambas. El arma de ataque de estas naves era el espolón, con el que perforaban el flanco de la nave enemiga. Su maniobrabilidad les permitía conseguir el ángulo de ataque apropiado. Por contra, Egipto, Corinto y Siracusa apostaron por la nave pesada y la dotaron de torre de asalto o de pasarela con gancho, que se abatía sobre la nave enemiga, abordándola a continuación. Los romanos unieron ambos conceptos y vencieron sobre Cartago con trirremes dotadas de pasarela de asalto, como hemos de ver más adelante.

 

Los tres remeros manejando los remos de una trirreme

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(Fuente: Orígenes del hombre, tomo 74. Grecia emergente II. A. Johnston. Folio Ediciones, 1.996.)

 

        Hay que decir que las naves de guerra de la época tenían serias servidumbres, que ocasionaron no pocos desastres. La gran velocidad que podían coger en trayecto cortos, como para abordar y hundir el costado enemigo con su espolón, era posible porque tenían el fondo plano y ofrecían muy poca resistencia en su avance. Pero eso mismo las volvía indefensas cuando el mar se embravecía. Al tener el fondo plano, no eran capaces de estabilizarse gracias a la quilla, hundida en el agua, y si el viento las hacía cabecear, podían volcar con facilidad .Esto iba agravado por la gran cantidad de personas que viajaban en un barco, donde tampoco se podía transportar los víveres y agua para varios días. En una trirreme como ésta viajaban unas 200 personas: 170 remeros, 13 marineros y 10 hoplitas, o guerreros, además del capitán, el segundo de a bordo, 3 contramaestres, 2 encargados de las maniobras, el jefe de remeros y los flautistas, que marcaban el ritmo de remado. De modo que las naves tenían que estar siempre a la vista de tierra, para poderse refugiar en un puerto o cala si el dios del viento, Eolo, se ponía serio. Eso les obligaba a efectuar viajes de cabotaje y no travesías.

 

El Olimpias, reconstrucción moderna de una trirreme

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(Fuente: El mundo de los antiguos griegos. J. Camp y E. Fisher. Blume Ediciones, 2.004.)

 

        Esto explica los desastres de perderse toda una flota entre una tempestad si no lograban arribar a un puerto, como les sucedió a los persas cuando fueron a invadir la Hélade. Y los barcos atenienses que invadieron Sicilia, tuvieron que mandar una embajada marina previa, para saber en qué puertos podrían atracar los barcos cada noche, pues no era cuestión de arriesgarse a perder la flota si el tiempo empeoraba.

        Por otra parte, la construcción no era tan resistente como lo sería muchos siglos más tarde, de modo que los barcos no debían estar continuamente en el agua: Cada poco tiempo debían ser varados en tierra, para que se secaran y calafatear luego sus cuadernas. De lo contrario, se empapaban de agua y se volvían pesados, con el perjuicio que eso representaba en una batalla de barcos de choque. Eso explica también que en más de una ocasión el enemigo sorprendiera a la flota con los barcos en tierra y en tal caso el desastre estaba asegurado. De modo que el oficio de marino de guerra, o de remero, o de arquero, o de soldado transportado en un barco de guerra no era en absoluto un oficio seguro.

 

        El ejército, o la guerra por tierra.… La guerra Mundo helenístico 59

        Alejandro Magno, siguiendo las técnicas guerreras aprendidas de su padre, Filipo II, quien a su vez había aprendido de los tebanos, dio gran importancia y se valió de la caballería como arma fundamental para decidir muchas batallas. Pero hay que tener en cuenta que Alejandro era un genio e improvisaba el mejor uso de los diversos tipos de sus soldados para batir al enemigo basándose en sus puntos débiles, con especial acento en sus falanges, erizadas de las largas sarisas, y su caballería, que él mismo mandaba. Hemos visto en este blog todas sus batallas principales y la forma que tuvo de resolverlas, Queronea, donde luchaba bajo el mando de su padre, Gránico, Isos y, finalmente, Gaugamela o Arbelas.

        Sus generales, los Diadocos, se quedaron con las armas, pero olvidaron el ingenio. Añadieron, además, los elefantes, conscientes de que la vez que Alejandro estuvo más cerca de la derrota fue cuando luchó por vez primera contra los temibles elefantes del rey Porus, en la India. Los primeros cien años tras su muerte, el año 323 AEC., vieron el mismo orden de batalla de Alejandro: Las falanges, que son infantería pesada, en el centro de la formación, con la caballería y la infantería ligera en las alas, cubriendo los flancos de las falanges, su único punto débil.

        Con el paso de los años, los mercenarios constituyeron el grueso de las tropas de infantería y el ahorro de vidas se volvió importante, porque un ejército de mercenarios derrotado podía cambiar de bando y alinearse junto al vencedor. Eso dio importancia a la victoria rápida, y para ello el uso de la caballería era vital. En ocasiones, la infantería ni siquiera llegó a luchar. Y ello porque los mercenarios no luchaban hasta la muerte, como hacían los primitivos macedonios bajo Alejandro.

        Pero cuando Macedonia se enfrentó con Roma, las buenas artes de Alejandro se habían perdido. Con Filipo II y Alejandro, la falange era un cuerpo militar flexible. Organizado por batallones, con capacidad de adaptarse a las variaciones surgidas en la batalla. Alejandro, no obstante, tuvo siempre un vital cuidado en conservar la formación y en guardar sus flancos. Hacia el año 200, más de un siglo más tarde, la falange macedónica aumentó al longitud de las sarisas, se volvió pesada y no daba la importancia debida a mantener la formación compacta, con los flancos cubiertos. Eso condujo a los desastres de Cinoscéfalos (197 AEC.) y Pidna (168 AEC.) Manteniendo las condiciones en que peleaba Alejandro, posiblemente la falange macedonia hubiera vencido a las legiones romanas, pero la realidad fue otra. En ese descuido intervino, posiblemente, el hecho de que durante esos cien años largos, los Diadocos y sus descendientes habían peleado entre ellos. Y, descuidados todos ellos, no habían aprendido nada. Al contrario, habían dejado de hacer los deberes. Y lo pagaron.

 

        Los elefantes como arma de guerra.La guerra Mundo helenístico 59

        Al mismo tiempo que el auge de las grandes naves de guerra, se impusieron los elefantes como arma decisiva en los ejércitos helenísticos. Provenían de la India, en primer lugar, pero ya Ptolomeo II, hacia el 275 comenzó a cazar elefantes africanos, al Sur de Egipto. Mandó una única embajada a un reino hindú para obtener entrenadores y conductores de elefantes. Pero fueron los Seleúcidas los pioneros y los que más ventajas obtuvieron de la nueva arma. Los 480 elefantes recibidos de la India le dieron a Seleúco I Nikator la victoria decisiva en Ipsos el año 301, contra Antígono Monoftalmos y Demetrio Poliorcetes. Fue el final de las sucesivas guerras de los Diadocos.

        Cuando en el año 163 el ejército del joven rey Seleúcida Antíoco V Eupator fue vencido por los romanos y éstos exigieron que se les entregaran los elefantes, toda la ciudadanía levantó el grito al cielo. Pero fue como si no. No obstante, los elefantes sorprendieron a los romanos sólo en las primeros encuentros. Pronto encontraron la forma de neutralizarlos. Esto lo veremos cuando lleguemos a Pirro y sus victorias pírricas contra los romanos. Entre los descendientes de los Diadocos, siempre se enfrentaron con elefantes alineados en cada bando, y la efectividad fue menor, nunca decidieron una batalla, salvo la citada de Ipsos, y esto posiblemente por su cantidad, porque … 480 elefantes son muchos elefantes.

 

Enlace con el próximo día: Macedonia. Mundo helenístico 60.

 

………. Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En https://www.sofiaoriginals.com/ expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.

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