Escuela virtual de Sabiduría de Pamplona.

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La Historia y su caricatura

«La Historia y su caricatura» es una reflexión que sirve a la Historia del Egipto antiguo y a nuestros días, en que se mantiene una Historia que es ficticia, a poco que se la mire con sentido crítico.

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 © Copyright  Fernando Conde Torrens, el 24-11-2.015

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            El tema de hoy es muy importante, porque abarca toda nuestra visión de la Historia, a lo que vamos a percibir de ella, a la forma en que la miramos. Dijimos al principio que para entender la Historia hay que tener las meninges en la época que se estudia o analiza, que había que trasladarse a la época y adquirir le mentalidad de la época.

            Posiblemente el lector habrá aceptado ese punto de vista y estará convencido de que él se pone en la época que vamos analizando y que, por tanto, su visión de la Historia es la correcta, la plena, la total. Que lo que hoy lea sea una especie de examen sobre lo acertado de ese pensamiento suyo.

            Estamos analizando Egipto, de modo que vamos a utilizar todo lo que hemos visto para comprobar si nuestro punto de vista es el apropiado para la época que analizamos, desde el año 3.000 antes de nuestra era, hasta el 1.250 AEC que fue cuando, más o menos nos hemos quedado, redondeando fechas.

            El descubrimiento de la tumba de Tutankhamon fue todo un hito en la historia de la Arqueología. Antes del hallazgo de Carter y lord Carnarvon existían los aventureros, los aficionados, las expediciones particulares, los individualismos. Después del hallazgo de la única tumba no saqueada por los ladrones de tumbas del pasado, los trabajos de búsqueda se encomendarán a equipos de expertos multidisciplinares. Se terminan las aventuras particulares, la cosa de la Arqueología se pone seria y en lo sucesivo se trabajará en equipo y con un rigor controlado, a pesar de que Carter lo hiciera muy bien.

            Lo encontrado en la tumba de un Faraón secundario, que accedió al trono a los 9 años y lo dejó a los 19, que no realizó conquistas, que apenas tuvo tiempo para hacerse hombre, uno de los reinados más cortos del conjunto de Faraones, pudiera darnos un indicio sobre lo que hoy traemos a colación, la mentalidad imperante en el Antiguo Egipto.

            El Faraón, cada Faraón, era el Hijo de Dios hecho hombre, era Dios, como lo había sido su padre, como le era Amón-Ra, el Dios Todopoderoso y Eterno. De ahí que todos sus actos en la tierra eran actividades divinas y a su muerte, iba a juntarse con su Padre Dios. De ahí que todo la poma y ceremonia que acompañaran a sus acciones sobre la tierra eran demostración de respeto al mismísimo Amón-Ra. Y todo el lujo y derroche empleados en su entierro fueran ofrendas al Hijo de la Divinidad Suprema, y con ello, a la propia Divinidad.

            El oro de Egipto se ofrecía a los dioses, ¿a quién mejor? Los mejor del arte egipcio quedaba oculto en lo más profundo e inaccesible de las tumbas de los Hijos de Dios, dedicado a la propia Divinidad. Era un honor haber intervenido en la creación de algo que Dios tendría siempre ante Sí en la otra vida. Y una esperanza, porque los dioses lo saben todo.

            ¿Podemos hoy nosotros, puede el lector hacerse a la idea, convencerse, de que el dirigente supremo del país es el mismísimo Hijo de Dios, Dios por tanto de la misma naturaleza que su Divino Padre? Porque ésa era la mentalidad del egipcio de la Antigüedad.

Cuando el lector lleve toda su vida convencido de que le rige la Divinidad hecha carne, entonces logrará sentir hacia Ella la unción y el infinito respeto que sentía el egipcio medio protagonista de nuestra Historia hacia su Faraón. Y podrá comprender el infinito gozo que supone trabajar en Deir-el-Medina en la construcción de algo relacionado con la Divinidad que nos ha visitado.

De modo que podemos ahora comprender lo realmente sucedido en la Historia y lo que aquí llamamos su caricatura. Los libros especializados, los escritos por profesionales serios, los que son producto de una investigación auténtica, nos ofrecen retazos de esa realidad vivida por aquellos hombres y mujeres antiguos. Algunos fogonazos de la literatura superficial, también. Como el ajuar funerario de Tutankhamon, como la grandiosidad de las pirámides de Gizeh.

Pero hay otra forma de ver la Historia, que consiste en juzgarlo todo desde nuestro relativismo, desde nuestro modernismo, desde nuestras concepciones. En tal caso, veremos la cáscara del plátano, sabremos que es alargado, amarillo, liso, afilado y más oscuro en ambos extremos, pero nos perderemos su sabor. Podemos quedar satisfechos e incluso sentirnos orgullosos de lo mucho que sabemos del plátano, pero realmente no hemos catado lo fundamental.

No es, mantenemos aquí, cuestión de haber estado en Egipto. Una estancia allí no marca la diferencia. La diferencia radica en el interior de la persona que se interesa, del visitante. Si la postura interior le permite vivir en el lugar las emociones que sintieron sus antiguos habitantes, entonces esa persona conoce la Historia. Si se limita a usar su cámara, entonces sólo conoce la caricatura de la Historia. Podrá haber posado apoyada en un camello egipcio, pero ése habrá sido su mayor logro.

Nosotros, hoy en día, tenemos el riesgo de trivializar lo sucedido en la Historia. Y eso sucederá cuando en nuestro fueron interno la consideremos como una comedia, como algo que se representó para nosotros, para que nosotros veamos lo equivocados que estaban quienes la protagonizaron. esa postura nos priva de vivir la Historia, de comprenderla y entenderla. Nos coloca en la misma posición de los sacerdotes de Amón-Ra.

Ellos sabían que los Faraones no eran dioses sino simples mortales, a los que ellos, los sacerdotes, habían encumbrado y consagrados como dioses. Para el pueblo, los Faraones eran dioses, porque ellos, los sacerdotes, se lo habían inculcado desde la cuna. Pero eso valía para los ignorantes egipcios, no para ellos, los encumbradores, los falsarios, los cómplices de la manipulación, de la estafa. Por eso, en un cierto momento de la Historia a la que aún no hemos llegado en nuestro viaje retrospectivo, los sacerdotes, llegado el momento de la verdad, tomaron una decisión que extraña al autor del capítulo en que narra lo que hicieron los sacerdotes de la XXI dinastía. Relata el libro el episodio de los saqueos a tumbas. A varios ladrones los cogieron con las manos en la masa, con las manos en el real sarcófago. Y les hicieron un proceso, y esos papiros han llegado, algunos, a nosotros. Y sigue diciendo nuestra fuente principal … 

Los ladrones de tumbas, pág. 2543 de libro citado abajo.

La Historia y su caricatura

(Fuente: EGIPTO. El mundo de los faraones. KÖNEMANN, 2.004)

        Este comportamiento de los sacerdotes de Amón, los favorecidos tras el advenimiento del visir astuto, es de lo más natural. Ellos saben la farsa que han estado representando – farsa que les interesaba – y cuando llega el momento de la supervivencia, dejan caer la careta y apuestan por su interés de manera directa. Los sacerdotes de Amón son espectadores de una comedia, en la que intervienen.

        Nosotros, hoy, sabemos que los Faraones no eran dioses bajados del cielo para regir los destinos de los afortunados egipcios. Pero si adoptamos esos aires cuando enfocamos la Historia de Egipto, hemos deshecho el encanto, no podremos entender por qué actuaban como lo hicieron ni los Faraones, ni los artistas, ni los sacerdotes, ni el egipcio y la egipcia de la calle. Nos hemos salido del ambiente, somos extranjeros y, además, escépticos, personas de nula inteligencia para captar lo que estamos viendo.

        No favorecemos aquí la postura crédula, ni estamos defendiendo que los Faraones era, efectivamente, Dioses o Hijos de un Dios mayor. Desde luego que no lo eran. No hay Dioses bajados del cielo, ni milagros a domicilio. Pero, si queremos entender la Historia y entrar en ella, debemos aceptarlo por un tiempo, el que nos lleve leer los artículos de este blog. No es mucho pedir …

        Si hacemos eso, si nos volvemos egipcios y antiguos, sacaremos todo el jugo posible de nuestra visita a aquel tiempo. De no ser así, sólo habremos tenido ante la vista más imágenes, sabremos de más lugares, podremos recitar nuevos nombres, pero la esencia de la Historia nos seguirá siendo desconocida. Y sería una lástima, con todo el tiempo que hemos dedicado al tema.

        Y puesto que hemos hablado de momias traídas de aquí para allá, no estará de más que hoy nos despidamos con la momia de un Faraón que murió ya entrado en años, a los 80 años, tras reinar 67, Ramsés II (1.279-1.212). Su momia, trasladada a uno de los escondrijos situados en Deir-el-Bahari, tenía y tiene hoy este aspecto.

Momia de Ramsés II, XIX dinastía. Museo Egipcio de El Cairo

La Historia y su caricatura

(Fuente: EGIPTO. El mundo de los faraones. KÖNEMANN, 2.004)

        Y con tan macabra despedida, entroncamos de nuevo con nuestros egipcios y mañana veremos lo que nos falta por conocer y empezaremos a conocerlo.

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Enlace al próximo día

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………. Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En www.sofiaoriginals.com expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.

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