«La gente Mundo helenístico 69» nos introduce a la educación y el cambio de actitud que se fue dando poco a poco en el mundo helenístico.
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© Copyrigth Fernando Conde Torrens, el 1-2-2.012
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Tratamos de sacar lecciones de la Historia y vimos, tiempo atrás, cómo era la vida en la Grecia clásica, cómo se organizaban y cómo participaban los ciudadanos de una polis griega en los órganos de gobierno de su democracia. Ahora estamos analizando el siguiente paso en el desarrollo de las estructuras, de los modos de vida, las monarquías helenísticas. Éstas parecen ser la unión del Helenismo original con una forma monárquica de gobierno. Mientras que la Grecia clásica sería el Helenismo aplicado en la ciudad-estado como forma de gobierno.
Más adelante, cuando le toque el turno, Roma representará al Helenismo, tal vez un tanto universal, algo difuminado, con una forma de gobierno imperial. Y ello traerá consigo cierta y no profundas modificaciones, si consideramos la situación hasta Diocleciano. Profundas, por Zeus, a partir de su sucesor al mando del Imperio, Constantino. Porque, dolor nos da decirlo, Constantino, y luego Teodosio, harán algo que no hicieron monarcas anteriores – o que si hicieron, fue a menor escala, e incluso entonces, no triunfaron – entender que tenían derecho a legislar sobre las conciencias.
Y hemos visto características del mundo helenístico referidas a sus personajes más elevados, los monarcas y magistrados, y las formas en que la sociedad encontró para organizarse, las Ligas. Descendamos un nuevo escalón y tratemos de recopilar cómo vivía la gente normal en aquella época, del magistrado para abajo.
Hemos visto que antes de Filipo II y de Alejandro, el heleno era un animal político, era un miembro permanente del Congreso (Asamblea) de su país (polis o ciudad-estado), podía, y sería, elegido por suertes para ejercer de magistrado y para participar en el Consejo (Boulé). Todas estas capacidades políticas se hundieron al ser Grecia conquistada por Alejandro Magno, casi toda ella, salvo Esparta. El heleno pasó a ser, simplemente, un individuo. Desposeído de sus capacidades políticas, aspecto que con la tercera generación de súbditos sometidos a Macedonia, dejó de estar en el recuerdo personal, el individuo tuvo que limitar sus preocupaciones a regular su propia vida y regular, asimismo, sus relaciones con el resto de individuos de su ciudad.
Para la primera misión tenía el recurso a la religión tradicional o, mejor aún, a las Escuelas de los tres grandes movimientos recién creados, la Estoa de Zenón de Citio (333-264), Epicuro (341-270) y el Pirronismo, hoy llamados respectivamente estoicismo, epicureismo y escepticismo. Disponía, además, de multitud de textos sobre comportamiento humano, escritos por autores anteriores, desde los lejanos tiempos de Pitágoras y sus seguidores, hacia el año 500 AEC. Aquí defendemos que, como resultado de la expansión que tuvieron las ideas divulgadas en las tres Escuelas citadas, y en las que fundaron los alumnos más aventajados de las mismas, se expandió la idea de fraternidad universal, la llamada Omonoia (de omo = la misma y nous = Esencia), concepto, el segundo, hoy perdido para Occidente.
El mismo Alejandro, alumno – de dudosa calificación – de Aristóteles – científico conocedor de las corrientes del momento – y acompañado por Pirrón de Elis (360-270) en la India, intentó divulgar con el ejemplo el concepto de Omonoia cuando en el banquete de Opis propuso terminar con la separación entre Macedonios y Persas organizando unas bodas mixtas multitudinarias. Era un intento no ya de formar una Commonwealth, sino de fusionar dos razas, dos pueblos, dos formas de vida. Era el primer intento, todo lo imperfecto que se quiera, de formar una hermandad entre todos los hombres del Imperio, donde no habría ya más griegos ni bárbaros. Recuérdese que bárbaros eran, para los griegos, todos los no griegos. Para los romanos será igual. Por eso nos invadieron los bárbaros.
Dicen algunos historiadores que Zenón en su República se hizo eco de la propuesta de Alejandro, e impulsó eso de la Omonoia. Mantenemos aquí que fue al revés, que los alumnos aprendieron de los profesores. Es difícil defender lo contrario. Y estos profesores de hoy, los tres citados, aprendieron de sus antecesores en la Sabiduría, de los hoy llamados presocráticos, (Parménides, Heráclito, Demócrito, Anaxágoras, Empedocles), de Sócrates y de sus alumnos directos, Antístenes, Aristipo, Fedón de Elis, o Estilpón de Megara. Ésta fue, mantenemos aquí, la cadena del Saber. Cada eslabón de la cadena creó su propio entorno, dio por central determinada faceta y generó su propio idioma conceptual, pero todos divulgaban lo mismo, la asunción por el humano de todas sus capacidades.
Otro vocablo de la época, éste escéptico, otra forma de llamar a la Omonoia, fue el cosmopolitanismo, o ciudadanos del Cosmos, no ya de una Ciudad, raza, Reino o Imperio determinados. En el sentido de que lo nuclear del humano, lo que nos definía, era ser ciudadano de ese Ente, diluyéndose las demás calificaciones.
Tal vez todos los directores de las Escuelas atenienses citadas no estaban a la altura del cargo y empezaron a dar prioridad a sus propios vocabularios, por encima de los conceptos generales que compartían, o tal vez ese enfrentamiento sólo haya sido creación literaria de los comentaristas modernos, que desconocen todo los conceptos fundamentales del Helenismo. Y es que hoy en día todo el mundo se siente con liviandad suficiente como para comentar de todo, de lo que domina y de lo que no. Tal vez nos quedemos sin saber cuál es la explicación correcta, pero tampoco es vital a nuestros fines.
Esta idea de ser ciudadanos del Cosmos, de estar unidos realmente por una Omonoia, hizo aparecer otro concepto, el de eocumene, el mundo habitado, que debía ser tratado como una totalidad. Así, el extranjero no sería, por el mero hecho de serlo, considerado enemigo. Empezaron a valorarse las consecuencias del nuevo concepto, Omonoia, y fue ensalzado en múltiples obras y por la práctica totalidad de los escritores que sabían de qué hablaban.
Para que se comprenda la amplitud que tuvo el Helenismo tras las conquistas de Alejandro, viene a continuación un mapa de su Imperio, cuando aún no se habían desmembrado regiones. Y en los pasados artículos ya hemos dejado constancia de a qué velocidad se dieron tales desmembramientos. No quiere decirse que toda la población del Imperio abrazara o practicara el Helenismo, sino que en todas esas regiones, los greco-parlantes tenían la opción del Helenismo a elegir. En el mapa, en rosa, la parte inicial, al mando de Antípater, como regente. En morado, la parte de Lisímaco. Bordeado en rojo, la parte de Seleúco. Y bordeado en morado, la parte de Ptolomeo.
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El Imperio de Alejandro, lugar de asentamiento del Helenismo
(Fuente: Longman´s Atlas of Ancient Geography. New York, London and Bombay, 1.902.)
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Para el lector que desee recorrer el Imperio de Alejandro ciudad por ciudad, casi, el mismo mapa al tamaño resultante del escaneo, es decir, sin reducir.
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El Imperio de Alejandro el año 301 AEC, tras Ipsus
(Fuente: Longman´s Atlas of Ancient Geography. New York, London and Bombay, 1.902.)
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Enlace con el próximo día: La humanidad. Mundo helenístico 70.
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Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En https://www.sofiaoriginals.com/ expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.
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