Los Clubs en el mundo helenístico 79
© Copyrigth Fernando Conde Torrens, el 24-2-2.012
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Hemos dejado atrás el tema de los piratas, que, junto con los calendarios múltiples y las malas carreteras, eran problemas en la época. Factores que impedían el acercamiento de los pueblos. Veamos ahora lo que hacían los antiguos para alegrarse la vida y qué tal llevaban ésta.
Los ciudadanos de polis donde había democracia, tenían gran parte del año ocupado ejerciendo los cargos para los que, un mes u otro serían elegidos. Había Asambleas donde opinar sobre temas importantes, como si declarar la guerra al vecino del otro lado de la llanura o no, etc. El hombre – el varón, claro está, la mujer tenía otros destinos, acordes con la mentalidad de la época – era un homo politicus. Los que vivían bajo tiranos – los dictadores modernos, duros o blandos, ellos verían – no tenían que ocuparse de tanto trabajo, sino de vivir su vida y no dar guerra al que mandaba. Incluso con las guerras que luego vinieron entre unas polis y otras, cada ciudadano tenía su papel, si intervenía en la marcha de su ciudad.
Pero con Filipo II y Alejandro, la cosa cambió. Toda la actividad política quedó reducida a manejar el presupuesto municipal, que diríamos hoy. Así, las Asambleas de todos los ciudadanos, incluso con los agricultores que vivían en cercanías, perdieron interés y fueron sustituidas por el gobierno de un reducido Consejo, el de los magistrados,. como ya hemos visto.
Con la disminución de la actividad política en la ciudad, llegó un aumento espectacular de las asociaciones no políticas, los Clubs. Había habido algún Club en el siglo IV en Atenas, pero Demetrio de Falero (350–282), que gobernó Atenas de 317 a 307, en plena guerra de los Diádocos, al poco de la muerte de Alejandro, había prohibido la formación de nuevos Clubs. Sólo permitió los ya constituidos, que eran muy pocos. [Luego fue el primer Director de la Biblioteca de Alejandría]. Pero la gran proliferación de Clubs se dio del año 300 AEC. hacia adelante. La mayor parte de Clubs eran muy pequeños. Salvando el Club de los artistas dionisíacos, tener más de 100 miembros era raro. Inicialmente, fueron grupos de carácter social o religioso, que se reunían dando culto a algún dios. Estaban las Cofradías, con un marcado carácter religioso, y los Clubs sociales (démosles el carácter de Sociedades Gastronómicas y el concepto se aclara bastante) donde la entrada, o cuota anual, era más importante (no en vano había que pagar las comidas). Estos Clubs eran, de hecho, cuerpos o estamentos sociales. En uno de ellos, la entrada era de 30 dracmas. Para hacernos una idea, un hoplita ganaba un dracma al día, y un magistrado, dracma y medio.
Hacia el año 200 aparecieron las asociaciones familiares. Estaban fundadas por algunos individuos con la idea de perpetuar la memoria familiar. En tal caso el sacerdocio del Club era hereditario. Cada Club tenía su Templo, aunque fuera diminuto, cedido por alguno de los miembros. Y, claro, las finanzas era el problema eterno. Muchos Clubs alquilaban su Templo para fines seculares, cuando no iba a ser usado por la Asociación. Otros detraían una cantidad de este alquiler para financiar su festival anual.
Los había excedentarios, como el Club Epicteta, de Tera, una de las islas del Egeo – la del volcán que la partió en dos – que era uno de los más potentados, y que cierto año terminó el ejercicio con un superavit de 210 denarios. Podemos hacernos una idea del montante sabiendo que alrededor de 400 denarios al mes era el salario mínimo de una familia romana para ser pudiente, autónoma, y no recibir ayuda diaria del Estado, y que esto era conseguido sólo por el … 50 % de la población de la Roma Imperial. De modo que el superavit citado equivaldría al sueldo de una persona de clase media durante cinco meses.
Otro Club de Atenas que ha pasado a la Historia, porque sus libros de contabilidad se nos han conservado, terminó su ejercicio anual con un excedentes de .1.770 denarios, el sueldo de una familia de clase media en 4 meses.
Pero éstas eran la excepciones, y los Clubs terminaron por depender de algún miembro económicamente fuerte que quisiera sufragar de su bolsillo (o bolsa) los gastos del mismo y ser honrado con una estatua, por la cual pagaba realmente, al igual que los mecenas de las ciudades, como ya hemos comentado.
No era la filosofía de estos Clubs ayudar a sus miembros: No eran un Club de solidaridad. Podían ayudar a un miembro con problemas, o ocuparse de su funeral, lo cual sería ocasión de una buena cena. Pero ahí se acababa todo.
Otro tipo de Clubs que empezaron a aparecer, los que tenían como nexo común el oficio de sus miembros. Sin embargo, salvo posiblemente en Egipto, no se trataba de formar un gremio y favorecer el comercio de sus afiliados. Hasta ahí no se llegó. Los gremios de comerciantes nacieron en el Imperio Romano, no antes. Y finalmente el Código de Justiniano (482–565), hacia el año 530 EC. en su primera versión, tomó en cuenta las reglas que favorecían la estabilidad de los mercados.
Ya hemos indicado que los Clubs no tenían significado político. Sin embargo, con ocasión de la lucha de la Liga Aquea contra Roma, aparecieron Clubs de «patriotas», grupos de hombres unidos para restablecer las condiciones políticas de tiempo de sus padres.
La forma de organizar un Club era similar a la manera en que estaba organizada la ciudad. Se nombraban oficiales, con nombres similares a los que gobernaban la ciudad, y se tomaban resoluciones que imitaban los decretos de la ciudad. Sea cual fuere el colectivo que formaba el Club, las formas de actuar eran las mismas: Los que habían asistido a las Escuelas de Filosofía, los amigos del Museo de Alejandría, los artistas dionisíacos, las tropas de guarnición en una ciudad ptolemaica, los Poetas que residían en Atenas, los médicos antiguos alumnos de la Escuela de Medicina de Cos, famosa entre todas, los antiguos alumnos de tal o cual Gimnasio, todos adoptaban el mismo tipo de organización y de procedimientos.
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Mapa de Grecia central y meridional, donde se aprecia Troezen, al Este del Peloponeso
(Fuente: Geographia Antiqua. Cellarius. Rivington, Longman&Cia, y Whittaker. London, 1.819.)
El número de Clubs era inmenso. El año 146 consta que la pequeña ciudad de Troezen, de la que nunca hemos hablado aquí, en la punta más oriental del Peloponeso en el mapa que antecede, debajo de Epidauro, que recomendamos al lector viajero – tenía nada menos que 23 Clubs.
Es evidente que tales organizaciones cumplían una misión y evitaban que el individuo se sintiera perdido en un mundo tan vasto, o en el que él tenía ya tan poco que decir, o que decidir. El humano sentía la necesidad de unirse a sus semejantes, a los que compartían con él ciertos afectos, ciertas circunstancias. Era una manera más de fomentar la unión, la Omonoia. No piense el lector que el ciudadano helenista vivía desesperanzado por las libertades perdidas. No más que el propio lector, adivinamos aquí. Porque en todos estos siglos … tampoco hemos avanzado tanto … mantenemos en esta casa.
El próximo día terminaremos con los Clubs y nos ocuparemos de la educación, tema no poco importante. Pero antes, permítame el lector que le narre una anécdota sobre Epidauro.
Hace años, unos ocho, hice un viaje a Grecia. Quise visitar en un solo día – no tenía demasiado tiempo, Atenas es preciosa, para mi gusto, la Acrópolis, el Ágora vieja, no la romana, el Cerámicos, el Dipilon, el Templo de Zeus, algunas bibliotecas, las cenas en Plaka … – Micenas, Tirinto y Epidauro. Pero necesitaba un coche y me había ido a Grecia en avión y, ¡porca miseria!, sin mi carnet de conducir. En el Hotel dije que quería alquilar un coche y llamaron a un joven de una Agencia. Cuando se enteró de que no tenía el carnet conmigo torció el gesto y me dijo que no podía hacerme el contrato. Pero por el tono de voz en que lo dijo supe que podía resolverse el problema. Cambiamos argumentos y quedamos en que si pasaba algo, yo telefoneaba a mi casa y algún familiar nos mandaba por fax la copia del carnet. Yo «lo había mostrado previamente» a mi interlocutor y con esa fotocopia me había hecho el contrato.
Salimos a la mañana siguiente, conduje con cuidado extremo y no hubo incidentes. Ya he dado aquí cuenta de tal viaje. Vimos Micenas y la tumba de Atreo a la mañana, Tirinto a la hora de comer (llevábamos bocadillos y bebidas, para no perder tiempo con tales menesteres) [Tirinto está unos pocos kilómetros al Este de Nauplia, ver mapa anterior, sin llegar a verse el mar] y a la hora de la siesta nos pusimos en busca de Epidauro, yendo al pueblo de tal nombre. En las afueras, junto a un gallinero, encontramos un teatro insignificante y a dos holandeses con cara de decepción. «¿Para esto hemos venido hasta aquí?» parecían estar pensando. Volvimos al pueblo a preguntar. Había pocas personas a la vista. La mujer que vimos llevaba un pañuelo de muchos colores a la cabeza. Pero no hablaba inglés, sólo griego. Un hombre en una bici, con un ancho sombrero de paja, lo mismo. Decidí probar con mi incipiente griego: ¿Zeater megas? – que intenta decir ¿el teatro grande? – e hice una señal con las manos de cosa enorme. El hombre respondió: «¡Ah, megas!» y me señaló una dirección. La seguimos y, tras alguna vuelta de más, hallamos la maravilla del teatro de Epidauro, el megas.
Como de Epidauro no he hecho ningún informe y me parece que merece la pena, vamos a dejar por 24 horas a la sociedad helenística y vamos a hacer un viaje virtual a Epidauro, un sanatorio heleno donde el dios curaba a los enfermos. Hasta el lunes, lector. Nos vemos en Epidauro … megas.
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Enlace con el próximo día: Epidauro. Mundo helenístico 80.
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………. Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En https://www.sofiaoriginals.com/ expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.
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