Escuela virtual de Sabiduría de Pamplona.

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El poder de las impurezas

El poder de las impurezas

 © Copyright  Fernando Conde Torrens

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        Hay un último aspecto en los ejemplos de san Antonio María Claret – santo, al decir de sus correligionarios – que el lector ya habrá detectado y que he dejado para el final, la fijación en el sexto, en el sexo virtual. Porque ni siquiera es siempre contacto, intimidad, comercio. No, en muchas ocasiones es simple pensamiento. Este aspecto merece ser tratado aparte. Tengo para mí que da mucho jugo y evidencia con meridiana claridad las raíces más profundas del Cristianismo tal y como fue diseñado.

        Esa fijación en el sexto mandamiento, en los pensamientos, deseos y actos impuros, deshonestos o libidinosos, es algo que ha sido comentado mil veces por cien mil observadores. Trataremos de explicar hoy y aquí su razón de ser.

        Es de recibo que las leyes, y una religión es también un conjunto de leyes, reglas o pautas de comportamiento, favorezcan la buena convivencia entre los miembros de una colectividad. Así, el mandato de “no matar” es perfectamente aceptable dentro de la Ley de Dios, del código de Hamurabi y del Código Civil. Mal andaríamos si matar humanos fuera un deporte bien visto. Por la misma regla de tres “No robar” es un mandamiento sumamente correcto. Otro mandamiento que bien pudiera estar en la mente de Dios sería “No acoplarse con la/el vecina/o de la tienda de al lado en contra de la voluntad de la/el vecina/o”. Y alguno más que no se me ocurre en este momento.

        Es decir, aquellos comportamientos que alteran la convivencia, que suponen violentar al más débil, puede muy bien decirse que son “mandatos divinos”, hablando de manera figurada, metafórica, parabólica. Porque nadie sabe a ciencia cierta cómo es la Divinidad ni exactamente lo que quiere o deja de querer. Pero una proyección de nuestros deseos más racionales cabe pensar que estén en el querer del Ente más racional del Cosmos.

        Pero claro, limitar las posibilidades que tiene el pueblo de fallar a estos grandes mandamientos … sería … cómo decirlo … muy pobre, daría poco juego. Uno no mata todos los días a alguien, ni roba cada sábado, y lo otro .. es algo que se da muy de ciento a viento. Hay que inventarse algo que justifique la presencia permanente del sacerdote en la vida de la comunidad. Y el pensamiento se fue hacia la naturaleza de la persona, hacia su atracción por la parte complementaria.

        El hecho es que en nuestra religión se estipuló que el pecado existía y era omnipresente. El humano es capaz de ofender a Dios. Realmente esto es falso, pero convenía que así fuera. De forma que, recogiendo tradiciones milenarias, se dio al pecado carta de naturaleza. Acto seguido se creó el pecado de pensar de manera deshonesta, de desear de manera deshonesta y de actuar de manera deshonesta. Y era de manera deshonesta lo que era conforme a la naturaleza. No lo que violentaba la voluntad de otro ser humano, no, lo natural. Así, las consecuencias del atractivo, pensar, desear, e incluso actuar, eran pecado.

          A más, a más, se inventó un rito, el de la consagración y el de la comunión. Realmente era un signo, un paralelo, un símbolo. Pero se le dio sentido real. La culminación fue decidir que participar en el rito, la comunión, sin haberse purificado antes era lo peor de lo peor, lo que más ofendía a Dios.

        Recuerdo que en mis tiempos jóvenes había quién llevaba la contabilidad de quiénes habían ido a comulgar y quiénes no habían ido a comulgar, con todo lo que eso significaba. Y la sospecha se cernía sobre quien no había ido. En ciertas comunidades cerradas, y en tiempos aún más remotos, esto tuvo que estar a la orden del día.

        La guinda de la tarta lo constituyen las “historias ejemplares” de san Antonio María Claret. Que no son únicas, ni exclusivas, son una muestra de la mentalidad de la casta sacerdotal cristiana …

                    de mil ochocientos sesenta y cuatro,

                    de mil setecientos sesenta y cuatro,

                    de mil seiscientos sesenta y cuatro,

                    de mil quinientos sesenta y cuatro,

                    de mil cuatrocientos sesenta y cuatro,

                    de mil trescientos sesenta y cuatro,

                    de mil doscientos sesenta y cuatro,

                    de mil ciento sesenta y cuatro,

                    de mil sesenta y cuatro,

                    de novecientos sesenta y cuatro,

                    de ochocientos sesenta y cuatro,

                    de setecientos sesenta y cuatro,

                    de seiscientos sesenta y cuatro,

                    de quinientos sesenta y cuatro y

                    de cuatrocientos sesenta y cuatro, cuando ya Teodosio había impuesto la religión de Constantino a todo el Imperio romano ochenta años atrás. Y de todos los años que van entre las fechas citadas.

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El poder de las impurezas

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        Hay algo que está en el texto original ofrecido en el Anexo, segundo párrafo de la página 370, pero que no está puesto en el artículo. Asegura el pájaro pinto del padre Antonio que Apenas hay delito que mas ofenda á Dios que el de la comunión sacrílega. … Es la comunión sacrílega un delito tan enorme, que Dios no espera á castigarlo en el infierno, sino que ya empieza en este mundo con enfermedades y muertes; de modo que ya en tiempos de los Apóstoles, según san Pablo, muchos por sus comuniones sacrílegas padecían gravísimos males, y otros morían.

        San Cipriano refiere de algunos de su tiempo, que lo mismo era recibir indignamente la sagrada Comunión, que hallarse acometidos de intolerables dolores en las entrañas, hasta morir reventados … Se lee en la vida de san Bernardo, que un monje se atrevió a comulgar en pecado mortal; pero ¡cosa terrible! Apenas le hubo dado el santo la sagrada Hostia reventó como Judas, y como él se condenó eternamente.”

        (Dicen los libros que San Cipriano, santo virtual inexistente, nació en 210 y fue obispo de Cartago. Se caracteriza por haber escrito infinidad de cartas a obispos y personajes cristianos de todo el Imperio. Estas cartas se aducen como pruebas de que el Cristianismo estaba extendido por todo el Imperio. Por ejemplo, una carta de san Cipriano a Mengano, obispo de Tarraco, “demuestra” que en Tarraco estaba el Cristianismo la mar de floreciente en el siglo III, tenían ya obispo …)

        Repasemos ahora los pecados que supuestamente son castigados con la eterna condenación y el infierno más absoluto. Catalina del Perú, sus impurezas. Pelagio, un pensamiento de impureza, callárselo al confesar y comulgar, por tanto, indebidamente; la princesa inglesa, un enamoramiento juvenil; la señora casada, algún comportamiento con su marido que era fallo sólo a los ojos de los no casados. Y la última, un pecado deshonesto, que bien pudiera ser al fin un acto deshonesto, no se especifica de qué tipo. La inmensa mayoría de las almas que luego se aparecen para testimoniar que son unas condenadas son las que cometen las impurezas que hemos visto. Pecados supuestamente terribles, merecedores del castigo más horrible. Pero veamos lo que realmente está ocurriendo y ha ocurrido.

        «Hijo mío, yo te digo que si te fijas en una hembra más de lo debido y tienes pensamientos incontrolados, Dios se ofende mucho por eso. Yo te digo que tengo poder para librarte del castigo eterno que te mereces por esos pensamientos y deseos impuros, siempre que te arrodilles ante mí y me abras tu alma.”

        “Hijo mío, yo te digo que este trocito de pan es el cuerpo de Dios. Y te digo que si te ves impulsado a recibirlo sin haber seguido todas mis instrucciones, eso también ofende a Dios sobremanera.“

        “Yo te digo que si sigues mis instrucciones al pie de la letra, al final de tu vida gozarás junto a Dios eternamente. Y yo te digo que personas que no han seguidos mis instrucciones al pie de la letra han caído de cabeza en el infierno que yo te digo que Dios ha preparado para esos infelices.”

        “Y para terminar, te aseguro que esa confianza que tienes en lo que yo digo, es un don de Dios precioso, llamado fe, que no todos reciben, ni acogen tan ingenuamente como tú. Yo te digo que con esa fe tú llegarás lejos, y yo más.”

        Espero que haya quedado claro la razón del título de este artículo, «El poder que han dado las impurezas». Porque, cuando los efectos suman millones, la causa no es fortuita.

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Enlace al próximo día

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………. Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En www.sofiaoriginals.com expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.

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