Escuela virtual de Sabiduría de Pamplona.

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Epicteto 2

En «Epicteto 2» vamos a ojear el inico de su obra «Pláticas», que son sus clases tomadas a taquigrafía por un alumno aventajado.

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© Copyright Fernando Conde Torrens

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           ¿Hay que pensar que Epicteto, en su primer día de curso, iniciaba al alumno en el  tema que Arriano nos coloca como primer tema del primer Libro de las Pláticas? Quizás sí. O tal vez no. De lo que no cabe duda es que el tema de lo que es nuestro y de lo que no lo es, de lo que nos es propio y de lo que no nos es propio, constituía un eje muy importante al que Epicteto retornaba con frecuencia. Es una manera sencilla y original de marcar la diferencia entre lo que nos debe interesar y lo que, por ser menos importante, no debe preocuparnos demasiado.

           No es casualidad que también el Manual o Enquiridion comience por el mismo tema, expuesto de manera más resumida y telegráfica. Aclaremos que en el Manual Arriano resumió los puntos doctrinales más importantes, la quintaesencia de la enseñanza de su maestro. Todo ello tremendamente sintetizado, sin ejemplos, tan sólo pura doctrina. Pero no olvidemos que Epicteto tenía un enorme sentido del humor. Que inventaba situaciones, diálogos y personajes a su antojo. Que jugaba con ellos y que sabía sacar partido de los más agudos y descarados contrastes. Nos imaginamos a sus alumnos estallando a carcajadas con no pequeña frecuencia. Epicteto además de enseñar, divertía. Pero sin perder profundidad. Sus enseñanzas pueden ser de utilidad al ciudadano de nuestros días y lo seguirán siendo por los siglos que nos queden.

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………. Sobre lo propio y lo no propio.

           Entre las demás capacidades ninguna hallareis que se contemple a sí misma ni tampoco que se dé por buena o se rechace como indigna. La Gramática, ¿hasta dónde tiene la inspección? Hasta discernir de los signos escritos. ¿Y la Música? Hasta discernir de la melodía. ¿Y algunas de ellas se inspeccionan a sí mismas? De ninguna manera. Si cuando uno escribe al camarada hay necesidad de estas palabras, la Gramática lo dirá. ¿Hay que escribir al camarada o no hay que escribirle? La Gramática no lo dirá. Y sobre las melodías, la Música igual. Ahora bien, si en breve cantos y citarista o si ni canto ni citarista, la Música no lo dirá. ¿Quién entonces lo dirá? La que se contempla a sí misma y a todas las otras. ¿Y cuál es ésta? La esencia (o la fuerza, el poder, la capacidad, el ser), el logos.

           Realmente la única que ella misma y por sí misma (también, por esencia) comprenderá lo que hemos recibido (o lo que hemos heredado), lo que uno es, lo que uno tiene (o la capacidad que uno tiene, la facultad, el poder, el valor que uno tiene) y cuán grande y estimable (o precioso, digno, de gran valor) ser ( o ente) hemos nacido (o llegado a ser, venido a ser o nos hemos vuelto) y a todas las demás.

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Epicteto 2

      Epicteto 2

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           ¿Qué otra cosa es sino la que nos dice qué bienes son realmente convenientes? Realmente ella misma no lo dice. Pero es la que nos proporciona el poder sobre los pensamientos. ¿Qué otra decide sobre la Música, la Gramática y las otras capacidades, eligiendo cuándo usaremos de las mismas y atribuyéndoles los momentos oportunos? Ninguna otra.

           Como realmente convenía, los dioses sólo pudieron hacer nuestro lo más poderoso, lo que domina, el uso correcto de los pensamientos. Todo lo demás no es nuestro. ¿Acaso fue que no quisieron? Yo realmente pienso que si hubiera sido posible, en tal caso también eso nos hubiesen ofrecido. Pero en modo alguno era posible (o podían). Hallándonos realmente sobre la tierra, habiéndonos unido a un cuerpo de esta clase, asociados a tales cosas, ¿cómo iba a ser posible que con relación a todo aquello no nos estorbara lo de fuera?

           Pero, ¿qué dice la Divinidad?

           – «Epicteto, si hubiera sido posible también tu cuerpecillo y las posesioncillas hubiéramos hecho libres y autónomos. Ahora bien, que no te pase inadvertido, eso no es tuyo, sino arcilla muy bien amasada. Pero ya que todo eso no era posible, te concedimos una porción de algo nuestro, esa capacidad tanto de adherirte como de apartarte, de evitar o de desear, en una palabra, la capacidad de ordenar tus pensamientos. Aplícate a ella y deposita en ella todo lo tuyo: Nunca tendrás obstáculos, jamás tropezarás, no sufrirás ni harás reproches, a nadie halagarás … ¿Qué, pues? ¿Te parecen poco estas cosas?»

           – «De ninguna manera.»

           – «Entonces, ¿es suficiente con esto?»

           – «Eso pido a los dioses.»

           En cambio, pudiendo aplicarnos a la Unidad y pertenecer a lo que es Uno por mismo (o también venir hasta lo Uno, llegarnos a lo Uno, estar emparentados con lo que es Uno por mismo), estamos dispuestos a preocuparnos de muchas cosas y tener necesidad de muchas, del cuerpo, de la fortuna, del hermano, del amigo, del hijo y del esclavo. Como en la práctica tenemos necesidad de muchas, estamos disgustados (o sufrimos) por culpa de las mismas y traccionados hacia abajo.

           Por ejemplo, si hay viento desfavorable para navegar nos venimos abajo con el pensamiento y asomamos la cabeza para mirar, afligidos.

           – «¿Qué viento sopla?»

           – » Norte. ¿Y qué nos importa a nosotros?»

           – «¿Y cuándo soplará viento del Oeste

           – «¡Mi querido amigo!, cuando lo decida el Supremo, o Eolo. No te hizo la Divinidad administrador de los vientos a tí, sino a Eolo. ¿Qué, entonces? Lo que hace falta es que lo nuestro lo dispongamos en la Plenitud (o lo construyamos, lo fundemos, lo ejercitemos, lo arreglemos, lo organicemos en la Plenitud) y de todo lo demás nos sirvamos como corresponde.

           – «¿Y cómo corresponde?»

           – «Como Dios quiere.»

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           – «¿Entonces me van a cortar el cuello de un golpe a mí sólo?»

           – «¡ Pues qué ! ¿Quieres que sean degollados todos, para que así te consueles? ¿No quieres entonces alargar el cuello, como le pasó a Laterano, al que en Roma Nerón mandó cortarle la cabeza? Alargó ciertamente el cuello y recibió el golpe, pero falto de valor en el momento del golpe sucedió que se encogió ligeramente y tuvo que pasar de nuevo la prueba. Sin embargo un poco antes, atrayéndolo hacia sí Epafrodito, por orden de Nerón, le interrogaba sobre el complot :

           – «Si algo quiero, dijo, se lo diré a tu amo».

           Entonces ¿qué hay que tener a mano en tales ocasiones? ¿Qué otra cosa sino ver claro lo que es mío y lo que no es mío, lo que me es lícito y lo que no me es lícito? Es posible que me condenen a muerte. ¿Y encima morir como un miserable? Quizás el destierro. ¿Y quién me impide que sea riendo, animoso y con decoro?

           – «Dime tus secretos».

           – «No los digo, eso es cosa mía.»

           – «Entonces te encadenaré».

           – «Pero hombre, ¿qué dices? ¿A mí? Mi pierna podrás encadenar. Mi auténtico yo, ni siquiera la Divinidad es capaz de apoderarse de él.»

           – «Te meteré en la cárcel».

           – «A mi cuerpecillo.»

           – «Te haré decapitar».

           – «¿Alguna vez te he dicho que mi cuello sea el único que no se puede cortar?»

           De estas cosas deberían cuidarse los que estudian Filosofía, esto escribir cada día, en esto adiestrarse.

           Traseas acostumbraba decir :

           – «Prefiero que me quiten del medio hoy a que me destierren mañana».

           ¿Qué le dijo Rufo?

       – «Si realmente lo eliges como algo desagradable, ¡qué insensatez de elección! Si como algo de poca importancia, ¿quién te ha dado a elegir? ¿No quieres ejercitarte para poderte contentar con lo que te den en suerte?»

          Por eso, ¿qué decía Agripino?

          – «No voy a ser yo estorbo para mí mismo…»

          Le dicen :

          – «Se han reunido para juzgarte».

          – «A ver si hay suerte.»

          Pero una vez que se ha ido el mensajero y como acostumbraba hacer gimnasia y darse un baño frío :

          – «Pongámonos en marcha y hagamos gimnasia.»

          Hecha la gimnasia, le dice uno que acaba de entrar :

          – «Has sido condenado».

          – «¿A destierro o a muerte?»

          – «Al destierro».

          – «¿Y mis bienes?»

          – «No te los quitan».

          – «Entonces pongámonos en marcha hacia Aricia y allí almorzaremos.»

          Esto es haberse cuidado de las cosas que hace falta cuidarse, haberse preparado para lo que se presente, para lo inevitable, ser libre, no tener que renunciar a nada. ¿Debo morir? Si inmediatamente, muero. Si en breve, ahora almuerzo, que ya es hora, y luego ya moriré. ¿Cómo? Como corresponde a quien devuelve cosas ajenas.

 (Fotos, cortesía de MJC.)         Siguiente artículo: Epicteto 3.


Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «Año 303. Inventan el Cristianismo», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En https://sofiaoriginals.com/ expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.

Epicteto 2

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