En «Egipto antiguo 17 y Ptolomeo II Filadelfo» asistimos al cambio de heredero en la familia de Ptolomeo I y al asentamiento del sucesor.
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© Copyright Fernando Conde Torrens, el Lunes 29-10-2.012
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El que más tarde sería Ptolomeo II Filadelfo nació en la isla de Cos, en el Mar Egeo, el año 308. Su padre, que estaba de campaña, se había llevado a su madre, Berenice, consigo ya encinta. Por aquella época su padre viajaba mucho por el Egeo. Luego supo que estaba negociando apoyos y alianzas que él sólo podía establecer. Tenía que formar una barrera de ciudades y pequeños reinos filiales para defender Egipto de sus enemigos, sus antiguos compañeros de armas.
Años más tarde su madre le confesó que lo había hecho para protegerle a él, aún sin nacer. Todo lo que había tenido Ptolomeo I como descendencia eran hijas, salvo su hermano mayor, también llamado Ptolomeo, que le llevaba 10 años, fruto de la otra esposa. Y Ptolomeo I se quiso asegurar del buen fin del embarazo de su segunda esposa, dejándola en territorio aliado, en una isla fuertemente defendida, cerca de Mileto y Halicarnaso. Sea como fuera, él nació varón, lo que alegró enormemente al ya maduro Ptolomeo I, que contaba 52 años cuando tuvo a su segundo hijo.
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Mapa de Cos, plaza fuerte donde nació Ptolomeo II
(Fuente: ATLAS ANTIQUUS. Twelve Maps of the Acient World. Dr. Henry Kiepert. Dietrich Reimer. Berlín, 1.890)
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La isla de Cos forma parte del Dodecaneso, conjunto de islas situadas en el Mar Egeo, frente a Asia Menor, siendo Rodas la mayor de ellas. Cos posee un puerto natural, a la entrada del cual estaría, posiblemente la Acrópolis. En época medieval, los cimientos de la Acrópolis habrían servido para construir sobre ellos un castillo, como solía hacerse. La ciudad, pequeña, limitada por un trazo verde, lindaría con la Acrópolis. El hijo de Ptolomeo I habría nacido en el Palacio situado al Sur de la Ciudad, en otro, que las construcciones modernas han tapado, o en la misma Acrópolis.
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Reconstrucción hipotética del Cos ptolemaico
(Fuente: Google-Maps, retocado)
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La isla goza de un clima envidiable, con una vegetación exuberante y un paisaje agradable. Quizás por todas estas condiciones la eligiera Ptolomeo I para proteger la llegada de su tal vez futuro heredero.
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La vieja Cos, hoy
(Fuente: Google-Maps. Fotos)
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Ahora Ptolomeo II, ya coronado Faraón de Egipto, comprendía la preocupación de su difunto padre. Tener un solo hijo varón no era suficiente. Cualquier desgracia, cualquier accidente, cualquier derrota en el campo de batalla y Egipto podía quedar sin el descendiente idóneo. Era preciso al menos un heredero de recambio, para caso de necesidad. Y ése fue él. Casi nueve años antes que él había nacido su hermana mayor, Arsínoe, hija también de Berenice. Pero él nunca jugó ni trató mucho a su hermana. Cuando él tenía 7 años y ella 16, su padre la casó con un aliado suyo, Lisímaco de Tracia, y Ptolomeo no volvió a ver a su hermana Arsínoe, hasta que regresó, 20 años más tarde. Por esa razón, su hermana era para él una perfecta desconocida.
A Ptolomeo II le educó su madre, Berenice. Su madre era, lo veía ahora, una buena mujer. La dignidad de esposa del Farón Ptolomeo no se le había subido a la cabeza, como se le subió a su esposa anterior, Eurídice. En ausencia de su padre, su madrastra ni le miraba, y su hermano mayor hacía lo que su madre le decía, de modo que él tampoco existía de cara a su hermano. En cambio, cuando su padre estaba presente, la normalidad reinaba en la amplia familia y Eurídice era, incluso, cariñosa con él. Su hermano seguía siendo hosco y desabrido y seguía aparentando que nunca le veía.
Recordaba que su padre pasaba mucho tiempo con su hermano mayor. A él apenas le dedicaba atención. Su madre le inculcó el amor al estudio, cosa que a él se le daba bien. Le enseñó a amar los buenos libros, las tragedias de Sófocles y Eurípides. Esquilo le parecía más aburrido. También le agradaban y disfrutaba con las comedias de Aristófanes, llenas de ingenio y mordacidad. Y le gustaban asimismo las obras de Historia, pero no se entusiasmaba con las guerras mantenidas por los griegos contra los persas, el Imperio que había conquistado Alejandro el Grande, que fue jefe de su padre. Su madre organizaba pequeñas excursiones por la ciudad de Alejandría y le llevó también, cuando su padre estaba ausente, a ver las pirámides de Gizé y Saqara. Recordaba cuánto disfrutaba en tales ocasiones. Se organizaba toda una caravana, con muchos soldados delante y detrás de su madre y él. Eso le daba sensación de importancia.
Un día le dijo a su madre que le gustaría tener una pequeña biblioteca en su dormitorio, pero la madre se negó en absoluto. «Pero padre ya tiene la suya … « recordaba haber argumentado, con voz quejosa, a su madre. Ella le respondió tajante: «Cuando te sientes en su trono, si lo haces, podrás hacer lo que quieras. Mientras tanto, harás lo que tu padre o yo te digamos«. Ahora comprendía que su madre velaba por la imagen del hijo ante su padre; no quería que su padre lo considerara un intelectual, aunque ella lo educaba como tal.
Año 290. Egipto antiguo 17 y Ptolomeo II Filadelfo
Mucho más tarde, cuando ya tenía 17 años, su padre empezó a contar con él. Eso le sorprendió al principio. Conoció a su padre en la juventud. Su padre era un hombre afable, al menos con él lo era. Le extrañaba que le preguntara su opinión sobre muchas cosas, cosas por las que su madre nunca se interesó. Cosas de hombres. Nadie nunca antes se había interesado en conocer su opinión. Le preguntó cómo le parecía que debía ser un Rey. Él lo pensó un rato y sacó mentalmente de sus lecturas las mejores cualidades de los reyes que a través de ellas conocía. Lo que dijo le gustó mucho a su padre.
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Ptolomeo II Filadelfo, busto en bronce. Museo Arqueológico Nacional. Nápoles
(Fuente: Diccionario Básico Espasa. QUINCE. Tomo 14. Espasa-Calpe, SA. 1.985)
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Nunca olvidaría la primera vez que su padre le abrazó, tras una respuesta que él le dio. Le había preguntado cómo educaría a sus hijos si debían gobernar un reino importante, tan grande como Egipto. Él le había respondido: «Les enseñaría a ser valientes, sin llegar a temerarios. Justos, sin llegar a vengativos. Severos, sin ser crueles. Y bondadosos con los desfavorecidos, sin gastar más de lo conveniente«. A partir de aquel día su padre lo pasaba a su despacho con frecuencia y le hablaba de su trato con los que dependían de él. Le hablaba de los problemas que tenía Egipto, de su necesidad de recaudar plata de las ciudades y reinos aliados, para mantener la flota, el ejército y embellecer el país. Con frecuencia la preguntaba: «¿Tú que harías?« También recordaba que su hermano aumentó su resquemor hacia él. Pero, aunque le hizo algunos desplantes ante los sirvientes, su madre le dijo que nunca se quejara a su padre del comportamiento de su hermano. Él, como siempre, obedeció a su madre. La consideraba tan sabia como buena madre.
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Año 287. Egipto antiguo 17 y Ptolomeo II Filadelfo
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Los últimos años de vida de su padre los recordaba con más agrado. Cada vez su padre contaba más con él. Hasta que, cuando tenía casi 21 años, le anunció que tal vez en un futuro le sucediese. Él estaba preparado para esa situación, gracias a su madre. Se dirigió hacia su padre y, sin decir nada, se arrojó a sus pies. Su padre le levantó y le abrazó largamente. «¿Y mi hermano Ptolomeo?» preguntó. «Para tu hermano ya tengo un destino preparado«, le respondió su padre. Pocos meses más tarde supo que o bien su padre no le quiso decir la verdad o algo grave había pasado entre su padre y su hermano, porque su padre repudió a Eurídice, su esposa anterior, y desterró a su hijo mayor.
Lo que Ptolomeo nunca supo fue la conversación clave habida entre padre y primogénito. Ptolomeo hizo llamar a su hijo mayor y le planteó de manera directa que había decidido que fuera su hermano menor quien ocupara el trono de Egipto. Que para él había pensado en hacerle gobernador de las tierras al Oeste, con sede en Cirene, o ponerle al frente de las tierras del Asia Menor, donde sus dotes guerreras serían muy útiles a Egipto. A estas afirmaciones siguió un largo y embarazoso silencio. Por el rostro airado de su hijo, el padre comprendió que éste no iba a aceptar su decisión.
No se engañaba. Su hijo quiso cambiar su veredicto con varios argumentos sobre sus derechos de nacimiento, su imagen ante el mundo entero, su capacidad de mandar cuando había sido despreciado por su propio padre … Nada ni nadie podía calmarlo. Todo el Palacio debió oír sus denuestos hacia su hermano, al que calificó de afeminado, incapaz y cosas peores. A Ptolomeo no le quedó más remedio que mandarle una orden escrita, fijando la parte de la herencia que le asignaba, diez talentos de oro, y enviándole al exilio. Podría elegir su destino, pero debía abandonar Palacio ese mismo día y el país de su padre en dos semanas. Ptolomeo eligió irse a residir a Tracia, donde su monarca, Lisímaco, le acogería. El padre aprobó su elección. Ese día su madre y él hacían una excursión, visitando la zona residencia de Canopos. A la tarde se enteraron, por los esclavos, de lo sucedido.
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Moneda de Ptolomeo I Sóter
(Fuente: AKAL. Historia del Mundo Antiguo. Tomo 31. El Egipto de los Lágidas. A. Lozano. 1.989)
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A partir de aquel día podría decirse que no se separó de su padre. Éste lo presentó a todos los altos funcionarios del país, lo citaba a todas las audiencias y reuniones con sus dignatarios y embajadores de otros países y le tenía al tanto de las necesidades e intereses de Egipto. De hecho, podía decirse que llevaban la cargas de gobierno entre los dos.
Su padre fue paulatinamente delegando en él, al comprobar que su hijo aprendía deprisa. Así pasaron los dos años más intensos de su vida. El hijo sometía sus opiniones a la aprobación de su padre. Sin embargo el último año su padre le prohibió tal práctica. Quería que decidiera él solo. Los hechos dirían si acertó al hacerlo. Parece que Ptolomeo II pasó el examen que su padre de había puesto, ya que un año más tarde le anunció que se disponía a abdicar y nombrarle su sucesor.
Recordaba haberle mirado fijamente y decirle: «Padre, mientras vivas serás mi guía y tu consejo será mi camino.«
Pero él le había respondido: «No, Ptolomeo. He pasado mi vida guerreando y tomando decisiones, algunas difíciles. Ahora quiero descansar y cuento contigo para poder hacerlo. Viviré en Palacio, pero los asuntos de gobierno tú los tratarás con todos, menos conmigo.» Y así fue.
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Enlace con el próximo día: Egipto antiguo 18 y Ptolomeo II Filadelfo 2.
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………. Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En https://www.sofiaoriginals.com/ expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.
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Egipto antiguo 17 y Ptolomeo II Filadelfo Egipto antiguo 17 y Ptolomeo II Filadelfo Egipto antiguo 17 y Ptolomeo II Filadelfo
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