Escuela virtual de Sabiduría de Pamplona.

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Tesis 71 Lo que no alteró el caballero

Tesis 71 Lo que no alteró el caballero

© Copyright Fernando Conde Torrens

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        El caballero humanista ha desmontado una parte importante de mi argumentación y me ha dado una dirección certera con la que confirmar posiblemente los indicios que no han sido afectados por su irrupción en la historia.

        Hoy voy a tratar de dejar en claro dónde están las cosas y cuál es la situación. A fin de clarificar al máximo el estado de la investigación. Lo primero que hay que decir es que una investigación como la que estamos tratando es laboriosa. Y que progresa por aproximaciones sucesivas. Esto no es nuevo, está dicho con anterioridad y lo sabe todo el que investigó algo alguna vez. La Ciencia entera progresa por aproximaciones sucesivas.

        El episodio del caballero humanista es un vaivén más. Trataré de situarlo en su verdadera dimensión. Desde luego que voy a dar mi opinión, voy a exponer mi punto de vista. Habrá otras personas que tengan otros puntos de vista. Acepto que lo tengan y que enjuicien éste desde su propia perspectiva. Del mismo modo que uno juzga lo que oye o lee con su perspectiva personal, la que reúne todas las cosas que uno admite como ciertas y probadas hasta la fecha. Lo que no quiere decir que esa perspectiva sea indeformable e inalterable. Se modifica precisamente con lo que uno oye y lee.

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Tesis 71 Lo que no alteró el caballero

Decoración de una jarra antigua Coleción de Sir William Hamilton

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        En este puzzle de cómo vieron la luz nuestros textos sagrados hay muchas piezas. Voy a enumerarlas. Y seguiré para ello la cronología de la investigación que dura ya más de 10 años. El inicio de mi análisis sobre nuestros textos sagrados no fue una ocurrencia de un momento, sino el deseo de saber por qué en los textos fundacionales de nuestra religión había tal mezcla de verdades universales, enseñadas también en otras latitudes, y barbaridades peculiares del Cristianismo.

        ¿Qué cómo llegué a diferenciar entre verdades universales y barbaridades peculiares? Porque por aquellas fechas llevaba otros 10 años estudiando a los humanos más eminentes de la Historia en el tema de las ideas. No pretenderá el lector que dé cuenta de qué hice en mis 10 años primeros, si los 10 años segundos han traído como consecuencia este blog con toda su extensión … Mejor lo dejamos y simplemente digamos que me entró la curiosidad por saber quién había sido capaz de escribir tanta cosa buena junto con tanta cosa mala.

        Que tenía pleno derecho a escudriñar en las Escrituras que habían basado mi formación desde la cuna está claro por ese mismo hecho. Que no tengo derecho a dudar de Escrituras ajenas, es tan diáfano y tan cristalino. Pero sí puedo analizar aquéllas con las que mis mayores me han formado, o deformado. Porque soy, en cierto modo, un fruto de ellas.

        La historia de cómo empecé el análisis y de los frutos obtenidos está en «El Grupo de Jerusalén». Resumido, es cierto, pero completado con este blog. Concretamente, el «Método primero» del apartado «Tesis» es el complemente de lo que en el Grupo no podía meter, salvo que quisiera hacerlo pesado e infumable, adjetivos que ya se han empleado para calificar al libro citado, a pesar de mis cuidados.

        Resumiendo tales frutos, algo raro aparecía en los textos sagrados cristianos. Un Método lingüístico, centrado en el propio contenido del Nuevo Testamento (NT), daba como resultado que había dos manos en cada libro analizado del NT. El primero, que nada sobrenatural contaba. Y el segundo, que añadía milagros, profecías, resurrecciones, Iglesias, Eucaristía, profecías y ángeles aparecidos por todos los lados, etc.

        Evidentemente, esto suponía un golpe mortal a la historicidad de la fundación del Cristianismo por un ser especial. Ya que el historiador de la primera hora se había olvidado de incluir en su relato que ese ser era especial, Hijo de Dios, Redentor, Salvador y Mesías. Sólo le atribuía la doctrina de verdades universales que enseñaron personajes tan normales como Sócrates, Plotino, Epicteto, Lao Tsé, Buda o Khalil Gibrán, por nombrar a media docena.

        Por cierto, éstas eran las personas que yo había estudiado en los 10 años anteriores. Así pues, el Jesús retratado en los libros originales era un Sócrates judío. Lo que no es poco. Al contrario, es mucho. Pero del mismo modo que Sócrates no resucitó a la hija de Melitos, tampoco Jesús resucitaba a nadie en el relato escrito en primer lugar. Eso parecía indicar que los escritos de Pablo, gracias al que sabemos que Jesús era algo extraordinario, eran obra de la segunda ola. Pero en Pablo también se apreciaba un primer relato y amplios añadidos posteriores.

        Esto no se ha visto influido por las argucias de nuestro caballero humanista. Y esto es extraño. Que unos libros sagrados, supuestamente inspirados por lo Alto, precisen el concurso de dos autores. Que el primero escriba un texto con verdades universales y que sea el segundo el que añada todo lo mágico y sobrenatural, huele de un modo que no necesito calificar. Porque en lo Alto se supone que ya saben a quién eligen para inspirarle cosas verídicas. Y no es imaginable que se equivoquen tan flagrantemente y con tantos autores designados en primer lugar. De modo que comienzan a existir indicios de que la inspiración de Arriba se tambalea. Y de que el Cristianismo bien pudiera ser un «montaje» premeditado. Y esto no se ve afectado por las andanzas del caballero.

        Consciente de que hay que probar de manera documental tan atroces afirmaciones, comienzo a buscar al autor del añadido mágico, el amante de milagros, profecías, resurrecciones y ritos mistéricos, como lo de comer la carne y beber la sangre del hijo de Dios, convertidos mágicamente en pan y vino.

        Aparece entonces la sospecha de que todos los libros cristianos de los siglos II y III están escritos por la misma persona, que se inspira y toma citas del mismo conjunto de libros judíos, que emplea las mismas palabra y usa en todos ellos las mismas ideas y los mismos modos de convencer al fiel.

        Esa circunstancia es algo que confirma lo de que algo extraño sucede en nuestros textos fundacionales. La primera vino al analizar el NT: Los libros del NT tenían dos autores. La segunda surge cuando analizo los escritos cristianos de los siglos II y III. Y tratando de saber si había una o dos manos en estos textos surge el Método segundo, el del algoritmo, que he explicado con detalle en «Tesis», «Método del algoritmo». Incluso con un par de ejemplos. Y en efecto, hay una redacción primera en textos cristianos del siglo II, tan regular como los libros isométricos del NT. Y un texto añadido posterior, mucho más largo que la redacción primera. Esto tampoco ha sido trastocado por las andanzas del caballero humanista.

        Y como fruto del algoritmo y de lo descubierto con él, encuentro lo que creo que es una firma de Simón en un determinado texto, el Martirio de Policarpo. Este escrito, el Martirio, tiene todos los indicios lingüísticos de pertenecer al interpolador de las cartas en las que hallé que había un primera etapa y una segunda también en textos del siglo II, las Cartas de Ignacio. Donde aparecen firmas de Simón seguidas en la versión primera, obtenida al aplicar el Método del algoritmo.

        Y aparecen firmas de Simón en los textos originales sacados con el Método del algoritmo, como en la Didajé, otro escrito del siglo II. Y en una acusación de Eusebio de Cesárea, en la mitad de su obra Historia eclesiástica. Y en los pasajes interpolados, a juicio de muchos analistas, de Flavio Josefo, Suetonio, Trajano y Adriano. En los pasajes que acabo de citar, las firmas de Simón están seguidas, sin cuñas en medio.

        Todo lo anterior no ha sido afectado por la irrupción del caballero humanista. Veamos lo que ha sido afectado.

        Éste no cambió el texto de los originales. No podía hacerlo. Su falsificación hubiera sido detectada por la posteridad, con todos los cientos y aun miles de fragmentos de las obras cristianas editadas en tiempo de Constantino y esparcidas por todo el orbe. Lo que hizo fue cambiar por completo la ordenación. Es decir, los originales de tiempos de Constantino estaban divididos en frases. Divididos por puntos. El «caballero» lo que hizo fue ordenar por versículos, partiendo por el medio frases del Evangelista y colocando cada mitad en versículos distintos y englobando, en los demás casos, varias frases del Evangelista en un único versículo.

        Además de esto, sembró de puntos el texto griego original de tiempos de Constantino. Con estas acciones de «ordenación» y de «repuntuación» las divisiones que colocó el autor primero para poner las firmas, si es que las hay, desaparecen, camufladas gracias a la nueva «ordenación» y a la nueva «puntuación». Y, simultáneamente, pero sin tener nada que ver, desde luego, se nos insiste desde medios oficiales que los primeros autores cristianos escribían sin signos de puntuación, que éstos se inventaron mucho más tarde del siglo I o del siglo IV.

        Yo había dado por buena la edición de textos en griego del NT, ignorante de la labor de mi amigo el caballero. Basado en las primeras actuaciones, busqué firmas en el NT, siguiendo la ordenación imperante, la de los versículos. Las hallé, pero a la vez quedó claro que el azar también formaba firmas, y que éstas tenían una probabilidad del 50%, lo que ya está dicho en este blog desde tiempo atrás. Pero para encontrar tales firmas tenía que prescindir de algunos trozos de frases o de algunos versículos enteros, de los dispuestos por el caballero. De ello surgieron las cuñas, atribuidas a Osio.

        Ahora ya está claro que la división en versículos es artificial, tan moderna como de 1.550, aproximadamente, cuando hubo que imprimir los textos sagrados. Eso elimina las firmas en los versículos hallados. Y elimina, con toda seguridad, las firmas en unas frases que surgen sólo con el caballero humanista. No elimina los indicios anteriores, frutos de los Métodos primero y segundo. Tampoco elimina las firmas halladas gracias al Método del algoritmo en textos que no son del NT.

        Un efecto secundario de la labor del caballero es que orienta la búsqueda hacia los textos originales, los que contienen el texto griego y son anteriores a 1.550. Se trata de ver si lo escrito por el autor original de los textos  va en la misma dirección de todos los frutos obtenidos en los estudios anteriores.

        Ahora pueden pasar dos cosas. Que no haya firmas en esos textos originales, no manipulados ni «reordenados». O que las haya. Cuando esté clara como el agua la solución de la disyuntiva, la divulgaremos. Tanto si es positiva como si es negativa. Porque aquí buscamos saber qué pasó. No buscamos tener razón.

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………. Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En www.sofiaoriginals.com expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano.

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