Tesis 72 Papiros de Egipto
.
© Copyright Fernando Conde Torrens
.
.
.
Si queremos saber lo que pudo pasar en una época tan lejana como los siglos I y/o IV de nuestra era, nos es imprescindible acercarnos a la época. Necesitamos saber lo que era normal en aquel momento. Y si estamos hablando de textos escritos, vamos a tener que familiarizarnos mínimamente con la manera de escribir de entonces.
Porque unos dicen una cosa y otros dicen otra. Y no pueden ser ciertas una cosa y su contraria. No a la vez. De manera que estamos siguiendo un proceso de acercamiento al tema de cómo se escribía en la Antigüedad. Si del siglo IV se tratara, tendremos que hablar de la Antigüedad tardía. No así si estamos hablando del siglo I. Sabido es que la caída del Imperio romano de Occidente marca, para los occidentales, que eso somos, el final de la Antigüedad y el inicio de la Edad Media.
Por lo que tendremos que acercarnos a la manera de escribir de una época que comprenda los siglos I y IV. Afortunadamente, esos tres siglos que van del año 50 al 350 son relativamente menos siglos cuando están tan lejanos que diferencia, de cara a nosotros, existe entre el año 1.700 y el 2.000. Por otra parte, hemos de comprobar la manera de escribir de distintos estamentos de la sociedad de entonces. Los copistas al servicio del Emperador, los copistas que trabajaban en Cesárea de Siria y recibieron el encargo de enviar 50 códices con las copias de los escritos sagrados para las iglesias de Constantinopla, debían de ser copistas cualificados. O el Emperador hubiera pedido las copias a otros más diestros.
Aprovecho la ocasión para llamar la atención del lector sobre el hecho de que, precisamente, Constantino encargara las copias de las Sagradas Escrituras para su nueva capital al amigo Eusebio de Cesárea. Y que tales copias se elaboraron en el Escritorio de la Biblioteca de Cesárea. Este extremo es algo aceptado hasta por los depositarios de los textos. A ningún otro sitio, a ninguna otra persona, a Eusebio de Cesárea, a nuestro Eusebio. A ése le encargó Constantino los códices que se iban a usar en su capital. y, por extensión, en todo el Imperio. Eusebio es el generador de nuestros textos sagrados. Salieron de sus manos. Él pudo hacer lo que quiso. El pedido le llegó a el. Y él los parió. Hemos creído durante siglos lo que fabricó Eusebio de Cesárea. Los recopiló, los reunió, los escribió, los inventó, algo de esto hizo Eusebio. Y lo hizo él. No otro. Conviene que reflexionemos sobre ello. Lo queramos o no, Eusebio de Cesárea resulta ser capital en nuestras vidas. Creemos lo que él escribió.
No es prueba fundamental, pero es una prueba circunstancial. Porque de esos libros estamos hablando constantemente en la tesis aquí defendida. Porque son la base de nuestra forma de ver la vida, aquí, en Occidente: Europa, América y Australia. Hete aquí que el Emperador artífice encarga los códices a su amigo Eusebio. Mantengo, por segunda vez. Mis detractores dirán que «eso fue una casualidad que no tiene nada que ver«. Y no les podré convencer de lo contrario. Dejémoslo así.
Pues bien, la cualificación, tanto de Eusebio como de los copistas imperiales, hace que proceda estudiar la forma de escribir de los más cualificados redactores del momento. De ahí que hayamos analizado los escritos difíciles, que el lector ya conoce.
Veremos acto seguido escritos menos selectos. Textos de diverso carácter, correspondencia familiar, documentos oficiales de provincias, etc. Y los veremos de diferentes épocas. De hecho, veremos los que tenemos a nuestra disposición, aquellos a los que he podido llegar, gracias a buenos amigos que colaboran activamente. Y veremos, por último, en qué textos nos han llegado los libros del Nuevo Testamento, que trataremos de asimilar a unos u otros.
De ese modo, conoceremos algo de la manera de escribir en la Antigüedad, podremos comparar y sacar nuestras propias conclusiones. Todo ello de cara a saber elegir el camino correcto en la disyuntiva que tenemos ante nosotros con relación a los textos del Nuevo Testamento.
Vamos a ver una serie de papiros y a fijarnos en la forma de escribir. Trato de comprobar si han quedado restos de textos antiguos en los que sea posible apreciar la manera en que escribían. Tener delante de los ojos textos auténticos y poder comprobar personalmente cómo eran las cosas. Y así no tenemos necesidad de fiarnos de opiniones de nadie, tampoco del autor de este blog.
Por el momento, hay tres cualidades que quisiera resaltar.
Los signos de puntuación.
La separación entre palabras (escritura continua)
La calidad de la letra, la legibilidad del documento.
No se sorprenderá el lector de que les siga el rastro a los signos de puntuación. Son una pista de lo más importante. Hemos comprobado ya que los autores punteros colocaban signos de puntuación en sus escritos difíciles. Cierto, hemos visto esos textos impresos. Pero es muy difícil añadir algo a unos textos que tienen forma de escultura. Ni yo siquiera defiendo que, no teniendo esos textos puntuación en el origen, alguien pudiera haber puntuado por encima esos textos antes de imprimirlos. Si alguien defiende tal cosa, ya lo hará. Veamos ahora si autores no tan punteros, no tan sofisticados, autores «de provincias» colocaban o no signos de puntuación en sus escritos.
Prestemos atención asimismo a la escritura continua. Si era siempre continua o si lo era en la mayoría de los documentos. Y por último, prestemos atención al tipo de letra, a la legibilidad del texto, que equivale a medir el cuidado que pone el escriba en el trabajo que está haciendo. Porque escribir de corrido y sin cuidado es un síntoma. Mientras que hacerlo de manera cuidada y con una letra especialmente limpia y legible es señal de otra disposición.
Hoy voy a traer ante el lector un documento muy pequeño, procedente de la siguiente fuente:
http://scriptorium.lib.duke.edu/papyrus/records/592v.html
En el enlace anterior, que corresponde a la Universidad de Duke, en su Departamento de Rare Books, Manuscripts ans Special Collection Library, el lector podrá encontrar todos los datos referentes al mismo.
Cortesía de Rare Book, Manuscripts and Special Collections Library, Duke University
Puede comprobarse que hay una separación bastante clara entre las palabras. Y el papiro, inofensivo él, está datado en el siglo II AEC. En la primera línea completa, antes y después de «KATOIK*IS«, que es una palabra, hay un espacio claro. Y debajo de esta misma palabra están separadas «EPI TON«, que da la impresión forman parte del final del texto. Las demás palabras lo están asimismo, pero las indicadas son de lectura fácil.
Esto es lo que se indica del documento en la web citada.
«Informe oficial en papiro desde Arsinoites (nombre moderno: Fayyum). Egipto.
Se refiere a un altar abandonado(?). Menciona asentamientos militares y al «estrategos», el oficial superior de la región. Fechado en Epeipf 27, año 29 (Agosto 22. 152 AEC. o Agosto 19, 141 AEC.).»
Respecto al documento de hoy, es difícil afirmar algo respecto a signos de puntuación, dada la escasa longitud disponible. Si hay que aventurar algo, no aparecen.
Sobre la separación entre palabras, la impresión es que la hay. Y el escrito es del siglo II AEC. La cortedad del texto es una desventaja.
Sobre la legibilidad del texto, los veremos mejores y peores. Sin elementos de comparación, ya que es el primero, es difícil afirmar algo. Las letras están separadas y la separación entre palabras ayuda a que la legibilidad sea bastante buena.
No podemos sacar conclusiones todavía. Lo haremos cuando haya terminado la presentación de documentos. Tratamos de seguir la pista de dos afirmaciones oídas. La primera se refiere a la ausencia de signos de puntuación. La segunda, a la escritura continua. Mañana, otro pequeño viaje al pasado.
Fernando Conde Torrens es autor de «Simón, opera magna», «El Grupo de Jerusalén», «La Salud» y una serie de artículos sobre el mundo de las ideas. En www.sofiaoriginals.com expone los resultados de sus investigaciones sobre la eterna búsqueda del ser humano. En http://simonoperamagna.blogs.com hay comentarios y más información sobre este libro.