Una investigacion sobre los origenes del Cristianismo 3 de 4
Paz y Luz. Agosto de 2.019
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………. Aparecían acrósticos así en todos los pasajes analizados, una detrás de otra. Con estas firmas, encontradas en todos los textos neo-testamentarios, llegué a la conclusión de que Jesucristo, cuya historia integral estaba escrita con firmas de SIMON, no había existido, era un personaje literario. Y a estas alturas dela investigación edité el segundo libro, “Simón, opera magna”.
………. Pero era una equivocación que las firmas estuvieran en 6 columnas en vertical.
………. Y en que la historia integral tenía esas firmas de Simón.
………. Eran otras firmas las que inundaban todos los Evangelios y muchos escritos del Nuevo Testamento y otros cristianos primitivos. Jesucristo no había existido, pero no por las pruebas aportadas hasta ese momento.
………. Pulularon los detractores, que negaban tales acrósticos, porque no se habían des-cubierto nunca. Argumentaban que no había signos de puntuación en griego hasta la Edad Media, luego no podía haber acrósticos. Y como tercera opción, que las firmas que había hallado eran debidas al azar.
………. Para averiguar si tenía razón, en colaboración con dos buenos amigos, Ingenie-ros Informáticos, con las instrucciones que yo seguía para hallar las firmas realizaron un programa informático. Se metía un texto en griego y hallaba todas las firmas que res-pondían a las instrucciones. Metimos un pasaje de Lucas y el mismo pasaje alternando dos párrafos consecutivos de orden. El número de firmas en el pasaje de Lucas y en el alterado eran del mismo orden. Eso significaba que mis firmas eran producto del azar. Los detractores tenían razón.
………. Esto fue un duro golpe para mí. Lo reconocí en la Web y seguí trabajando. La firma primera, la del martirio de Policarpo no era fruto del azar. La llamé “la llave del laberinto”, porque sin ella no se sabía qué buscar. Tenía que buscar las firmas auténticas, que no sabía a qué regla obedecían. Tenía que encontrarlas. ¿Por qué no pasó por mi mente la duda de si todo no sería un espejismo, y si no habría firmas de ningún tipo? Porque, pensaba, “cuando cien indicios coinciden … por ahí está la realidad.”
………. Empezó la segunda investigación. Me iba a costar otros 12 años.
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………. Me dije que las reglas que alguien empleara para colocar acrósticos debían ser las que colocaban todos los escritores que los usaban. Los Evangelios eran textos problemáticos. ¿Por qué limitarme sólo a ellos? Buscaría en autores clásicos, famosos, a ver si alguno usaba también acrósticos.
………. Con el curso 2.006-2.007 la diosa Fortuna me vino a ver, si bien en pequeña escala. Me surgieron unas clases muy bien pagadas. Y con el dinero que obtuve de ellas empecé a formar mi Biblioteca de autores clásicos. Procuré acercarme a los orígenes lo más posible. Mi Biblioteca sería de libro antiguo. Empecé poco a poco, en Octubre de 2.006. Luego fui aumentando el volumen de libros de consulta.
………. En el verano de 2.006 un amigo me mencionó en una conversación a Lactancio. Yo sabía de él. Sabía que era contemporáneo de Constantino; por tanto, un personaje real. En la Feria del libro usado de ese otoño adquirí sus “Instituciones divinas”, en versión de Gredos.
………. Para Diciembre de 2.006 ya vi claro que Lactancio era mi hombre. Él y no Osio. En el libro que había adquirido lo decía claramente, “él iba a conducir a los hombres del error a la verdad”, el Cristianismo. Esto lo deduje porque ya sabía que el Cristianismo había nacido en tiempos de Constantino. Había sido obra de Lactancio y Eusebio. Osio, no.
………. Desde bastante tiempo atrás yo iba buscando las defensas que los autores anti-guos debían poner en sus obras para no ser copiados, para no ser interpolados, para asegurarse de que el destinatario recibía su escrito y no otro escrito falsificado. Esto era vital entre monarcas. Los caminos eran inseguros y había mucho bandidaje. ¿Cómo sabía el destinatario que la carta provenía de la persona que la firmaba? Debían tener una clave previamente convenida. Debía encontrar esa clave, esa manera de incluirla en el texto.
………. Y un día de verano, estando de vacaciones en la playa, me vino la feliz idea: “¿De qué es dueño el autor de un escrito, y decide él y sólo él?” Y la respuesta fue: “De la cantidad de palabras que coloca en la frase que va a escribir.” Por tanto, como prueba, para ver si era ésa la manera, debía empezar a contar las palabras de un escrito. La idea llegó en Agosto de 2.007. No miré los Evangelios, sino cartas cortas de Cicerón. Y también versos cortos de Catulo y de Avieno. Había conseguido varios tomos de la Colección Pisaurensis, el conjunto de escritos de poetas latinos. Y había versos cortos muy manejables.
………. Quedó claro que las palabras de los párrafos no guardaban relación alguna entre sí. Probé a sumas las palabras separadas por puntos. Tras muchas pruebas, tampoco parecía ser el camino. Lo llamé “estructuras según los puntos”. Probé luego con estructuras según las comas. Tampoco. Probé luego a sumar con las cifras de las “estructuras según los puntos”. Tampoco. Y cuando probé con las “estructuras según las comas”, observé un hecho curioso. Se repetían longitudes del texto de 15, 21 y 28 palabras. De ahí deduje la clave, el método de defensa que estaba buscando. Estábamos ya en Febrero de 2.009.
………. Para que se entienda con más facilidad. Supongamos que todos los autores se comprometen a que en algún momento de la redacción del libro, al colocar cierto signo de puntuación, el número de palabras del escrito, desde el inicio, sea múltiplo de 10. Por ejemplo 10, 20, 30, 40, 50 … palabras. También se pueden colocar signos de puntuación en longitudes que no sean múltiplos de 10, evidentemente. Pero algunos signos irán justo cuando la longitud del escrito sea un múltiplo de 10.
………. ¿Qué pasa si un copista añade sin darse cuenta una palabra al texto cuando el es-crito tiene 44 palabras? Supongamos, para mayor simplificación, que el autor ha colocado signos de puntuación a los 20, 40, 60, 80 y 100 palabras. Eso con su redacción original. Pero si se ha añadido una palabra al colocar la palabra 44, el escrito pasará por 20, 40, 61, 81, 101 palabras. Eso indica a un bibliotecario que el texto reproduce el original en las 40 primera palabras, pero hay una palabra añadida entre la palabra 40 y la 61.
………. La función que, en el ejemplo simplificado, hemos dado a los múltiplos de 10, la tenían unos números especiales, que llamé Sumatoriales, que eran 15, 21 y 28. ¿Qué fórmula daba esos números Sumatoriales? La suma de uno hasta “n”. El Sumatorial de 3 era 6=1+2+3. El de 4 era 10=1+2+3+4. El de 5 era 15=1+2+3+4+5. El de 6 era 21= 1+2+3+4+5+6.Luego estaban los Ianuales, en honor al dios Ianus, el de los inicios, de ahí Ianuary = Enero. El Ianual de 6 era 6+7+8+9+10+11=51
Haciendo que la longitud total del texto coincidiera con Sumatoriales e Ianuales se daba al escrito una abierta y débil o cerrada y fuerte estructura. Abierta si pasaba por pocos Sumatoriales. Cerrada y difícil si pasaba por muchos Sumatoriales.
Hasta aquí, todo muy general. Pero vino el orgullo de Lactancio. Lactancio era Profesor de Retórica y formaba sus escritos con unas estructuras muy muy cerradas, muy difíciles, con muchos Sumatoriales e Ianuales. Por eso le llamaron “el Cicerón cristiano”. Su error – tremendo – es que todos los escritos de muchos autores distintos los escribió con el mismo tipo de estructura, una complicada y singular. Lo hacía para lucirse, para demostrar de lo que era él capaz. Pero falsificando, ese hecho le delataba. Ya tenía una segunda prueba de la falsificación: Las estructuras cerradas y difíciles en autores cristianos diferentes, todos los escritos por Lactancio.
………. Eusebio empleaba estructuras bastante más sencillas, abiertas.
………. Quedaba pendiente encontrar las firmas puestas por quien se hacía llamar “Simón”. El acróstico en la llave del laberinto decía “Simwn”, con omega, que es un nombre propio en griego. Pero seguía sin saber a qué reglas debían obedecer las firmas del tipo “Simón” o “Simwn”. Empecé con las firmas en Julio de 2.009.
………. Como ya tenía suficientes ediciones de las Cartas entre Plinio y Trajano, las leí todas, buscando acrósticos en los inicios de las frases, o en los finales. Y tras dar un repaso a todas ellas sin encontrar nada, en el segundo repaso encontré un acróstico que decía en la carta de Plinio: “A te metus”, que significa, “ante ti temor”. Trajano, en su respuesta, incluía la palabra “Erit”, que significa “será”; futuro, ero, eris, erit, del verbo sum, es, esse fui. En ambos acrósticos las letras del mismo estaban a 11 lugares del final del texto: La clave era sumar los puestos hasta el final de la frase, letras de la firma incluidas.
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Finalizará en la parte cuarta.
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